A medida que la producción progresa, el productor se especializa. Esta especialización es, por sí misma, un factor para una mayor producción total, requiriendo, sin embargo, menor esfuerzo por parte de cada especialista.

Durante algún tiempo, algunos hombres han estado cultivando la tierra, algunos otros han estado fabricando materiales, otros han trabajado en transportación y otros más se han vinculado con distintos tipos de servicios. Pero la especialización aumenta, aún en las granjas y sobre todo en la industria. Algunos obreros no fabrican más que una parte y únicamente dicha parte, del producto terminado.

En lo que concierne a producir, la división laboral es ciertamente valiosa, pero requiere, para la satisfacción de las necesidades del consumidor, de mayores recursos para su comercialización. Paralelo al desarrollo de la división del trabajo, de la especialización, debemos tener, por tanto, un desarrollo flexible en el mecanismo de comercialización.

La división del trabajo ha promovido la invención de maquinaria especial. De hecho, mientras mayor es la especialización, mientras es mayor y uniformemente repetida, más automático se vuelve el movimiento del trabajador que realiza esta ínfima parte del proceso completo de producción. Esto equivale a reemplazar al obrero por una máquina. 

La introducción de la máquina contribuye al incremento de la producción, mientras reduce el trabajo del obrero. La especialización del trabajo y la introducción de la máquina están en perfecta armonía con el principio que determina la vida económica en el campo de la producción: el máximo efecto con el mínimo esfuerzo. Pero esta especialización y la introducción de la máquina plantean problemas, que aún no hemos sido capaces de resolver.

Si la especialización ha resultado en reducción del tiempo necesario para el aprendizaje, también, negativamente, ha transformado la especialización en una verdadera trampa. ¡Qué aburrido e insano para la mente debe ser el estar repitiendo el mismo movimiento, el mismo gesto, hora tras hora, día tras día, sin tener la satisfacción de pensar, de ser creativo, de ser original! Y este es el caso en muchas ocupaciones. Las facultades creativas del hombre se ven obstaculizadas en la labor diaria, se convierte en un mero robot, el precursor de la máquina de hierro.

Un remedio sería el reducir la jornada laboral al tiempo esencial para proporcionarle al obrero más horas de esparcimiento y que de este modo pudiera ejercitar sus facultades de acuerdo a sus gustos y volverlo nuevamente un hombre pensante. Otro remedio sería el reemplazarlo totalmente por la máquina, ya que el trabajo a realizar no es más trabajo humano.

Pero con las regulaciones económicas actuales, que requieren de la participación personal en la producción para poder obtener réditos, uno puede imaginarse lo que sucedería si al trabajador se le libera del trabajo. El tiempo de esparcimiento es llamado desempleo y el hombre liberado es despedido.

Algunas personas dicen que la máquina no reemplaza la mano de obra por largo tiempo debido a que nuevas ocupaciones creadas por nuevas necesidades, ofrecen un nuevo puesto al desempleado, al menos hasta que la máquina les despoje nuevamente de su labor algún día. Sin embargo, estas interrupciones, estas continuas expropiaciones del trabajo del obrero, desorganizan su vida más y más, quitándole toda seguridad, impidiéndole construir para el futuro, forzando cada vez más las intervenciones del Estado.

Entonces, ¿debemos estar de acuerdo con quienes se oponen a la introducción de nuevas máquinas? No del todo. Pero el sistema de distribución de bienes debe adaptarse. Dado que las máquinas incrementan la cantidad de bienes en lugar de su disminución, la producción mecánica debería de incrementar la producción en los hogares, aun si la producción personal del hombre disminuye. Esto debe hacerse sin choques ni levantamientos. Esto es posible, si uno desasocia – en el grado requerido – los réditos en base a la producción de la contribución personal en la misma.

Esto es, como más adelante se verá, lo que el Crédito Social puede hacer, mediante la introducción, en la distribución, del sistema de dividendos para todos y cada uno, al grado que los asalariados podrán comprar parte de todos los bienes disponibles que de otra manera por su falta de poder adquisitivo no lo podrían hacer.

Con la producción siendo cada vez más especializada y mecanizada, cada productor, hombre o máquina, provee, en paralelo con el trabajo, una cada vez mayor cantidad de bienes que ninguno de los dos consume. Ahora todo lo que provee un productor, sobre sus propias necesidades personales, es para el uso del resto de la comunidad. Entonces, la producción total del granjero, que va más allá de las necesidades de su familia, es necesariamente para el uso del resto de la comunidad. Todo lo que el fabricante textil produce, después de la distribución hecha a su familia, es destinado solamente para el uso de otros en la comunidad.

Esto no quiere decir que el granjero o el fabricante textil tengan que darle a sus vecinos o al Estado lo que su familia no consuma. Lo que su familia no consuma es producido únicamente para el consumo del resto de la comunidad y de algún modo debe llegarle al resto de la comunidad.

En cuanto a las máquinas, éstas no consumen nada de lo que producen. Por lo que su enorme producción sólo incrementa los excedentes que, de algún modo, deben llegar a los consumidores, para que la producción pueda lograr su fin último.

Se pueden establecer las reglas adecuadas para que ningún trabajador salga perjudicado. Será necesario, sin embargo que de algún modo, los consumidores sean capaces de acceder a esta producción abundante, que excede las necesidades particulares de los productores. Y mientras más abundante es esta producción no-absorbida por sus creadores más grande será su flujo y más generosa será la demanda que le da derecho a ello. 

Pobreza en Medio de la Riqueza 

La abundancia de bienes en el mundo, desde que el hombre descubrió los medios de transformar la energía y someter las fuerzas de la naturaleza a su servicio, deberían reflejarse en la seguridad económica para todos – lo que significa, al menos, una modesta comodidad material en cada hogar, en una era de relaciones sociales de bien, alegría y paz entre los individuos y las naciones.

Desafortunadamente, con lo que se topa nuestra vista en todos los países civilizados del mundo es algo completamente diferente. Frente a la abundancia de bienes que se amontonan, excepto cuando son destruidos en tiempo de guerra o anarquía, la destitución toma su lugar.

Las bodegas y almacenes están llenos de mercancías abarrotando sus escaparates. Los diarios, la radio, la televisión anuncian a todas horas una gran variedad de productos, mientras la gente en sus casas tiene que seguir sin comida y utilizando sus andrajos y muebles viejos más de lo necesario.

"¿Qué porcentaje de nuestra población se encuentra meramente existiendo en lugar de disfrutar del uso de las riquezas disponibles suficientes para vivir razonablemente cómoda? Por lo menos tres cuartas partes de nuestra población."

Pero las citas resultan innecesarias. La mayoría de los lectores tienen únicamente que examinar su situación personal y la de sus vecinos. ¿A quién se le asegura, actualmente, su estabilidad para el día de mañana?

Nadie duda que en el futuro Canadá pueda continuar proveyendo todo lo necesario en términos de alimento, ropa y refugio. Pero cuánta gente tiene asegurada su parte correspondiente para ellos y para sus familias no solamente para el día de mañana sino para el futuro inmediato y no tan inmediato?

El creciente número de desempleados debería, lógicamente, mostrar una sobreabundancia de bienes y que el consumo ha alcanzado su punto de saturación. Estos números significan, por encima de todo, sufrimiento, destitución y desesperación.

Los bienes están ahí justo frente a las necesidades humanas. ¿Por qué entonces no satisfacen todas estas necesidades? ¿Qué impide que la economía alcance su fin último?

¿A qué se debe que los consumidores, que tienen tantas necesidades insatisfechas, no puedan acceder a los bienes necesarios, producidos para ellos?

La existencia de la pobreza extrema frente a tanta producción y frente a la capacidad de producción que no es usada, es una terrible acusación contra el sistema de distribución.

Nunca la oferta había sido tan grande. Frente a esta producción ¿no existe acaso demanda alguna? La demanda existe. Pero el derecho sobre esta demanda, el derecho a acceder a ellos, es lo que hace falta; este derecho es el dinero. ¿Y quién controla el dinero y su crédito?