La siguiente es una historia real, contada por Maria Winowska, publicada por primera vez en 1958 en el diario francés llamado "Ecclesia".

Niño JesúsEl autor obtuvo dicha historia del Padre Norberto, quien dejó Hungría en 1956 después del levantamiento que fue sofocado con ayuda de tanques soviéticos. El Padre Norberto era el capellán de la escuela del pueblo en el que vivían 1500 personas.

La maestra de la escuela primaria de la localidad, la Srta. Gertrudis, era una atea militante y tomaba ventaja de cualquier ocasión para ridiculizar la creencia en Dios. Su principal objetivo era convertir a sus alumnos al ateísmo, especialmente si pertenecían a familias profundamente católicas. Los niños no se dejaban impresionar grandemente por la profesora y sus antirreligiosos comentarios y el Padre Norberto hacía todo lo posible para fortalecer su fe: él recomendaba la frecuente recepción de los sacramentos para darles fortaleza y protección. Mediante un cierto tipo de intuición diabólica, la Srta. Gertrudis sabía perfectamente bien cuando sus alumnos habían tomado la Comunión por la mañana y por lo mismo se ensañaba aún más con ellos.

Entre sus alumnos se encontraba Ángela, de 10 años de edad, quien era la más inteligente del grupo y muy querida por todos sus compañeros. Un día, Ángela le preguntó al Padre Norberto si le era posible recibir la Comunión diariamente. El Padre, conociendo el comportamiento de la profesora, le dijo a Ángela que, de hacerlo, se convertiría en el blanco constante de nuevas persecuciones, pero la niña insistió; ella tenía la confianza y la fuerza suficientes que recibía de Nuestro Señor, quien había sido el primero en sufrir: "Él sufrió cuando le escupían, pero esto aún no me sucede a mí". El sacerdote, sorprendido con su respuesta, le concedió el permiso que pedía, no sin dejar de preocuparse por ella.

Después de esto, el salón de 4 de primaria se convirtió en un pequeño infierno. Aunque Ángela aprendía sus lecciones y cumplía perfectamente con sus tareas, era constantemente atacada por su profesora. Estos ataques se convirtieron en un verdadero duelo entre la maestra y la pequeña. La Srta. Gertrudis tenía, por supuesto, la última palabra en todo momento. Sin embargo, la fe de Ángela permanecía inconmovible y su simple silencio era una forma de atajar los argumentos de la profesora quien cada vez se volvía más y más feroz.

En el pueblo y sus alrededores, todos se dieron cuenta de la situación, pero nadie culpaba al Padre por haberle dado permiso a Ángela de comulgar diariamente. Las familias se daban perfecta cuenta de que los ataques de la profesora no eran únicamente contra Ángela, sino contra la fe cristiana que era su tesoro común. Los padres de Ángela la incitaban a seguir adelante.

Entonces sucedió lo extraordinario, según relatado por el Padre Norberto: Unos días antes de la Navidad - el 17 de diciembre para ser precisos - la Srta. Gertrudis inventó un cruel juego que, de acuerdo con su propio plan, daría el golpe mortal a lo que ella llamaba supersticiones ancestrales. Naturalmente, Ángela estaba siendo puesta a prueba. Con una suave voz, la maestra le pregunto: 

— "Mi niña, cuando tus padres te llaman, ¿qué haces tú? "

— ¡Yo obedezco y atiendo a su llamado!", respondió Ángela tímidamente. 

— ¡Exactamente! replicó la maestra. Tú los escuchas cuando te llaman y obedeces inmediatamente, como buena hija. Y, ¿qué sucede cuando tus padres llaman a algún trabajador? 

— Él viene, dijo Ángela.

Su pobre corazón latía cada vez con más fuerza; ella presentía una trampa, pero no sabía por dónde llegaría.

La Srta. Gertrudis continuó: (Ella tenía los ojos de un gato cuando está a la caza de un ratón, según me dijo uno de sus alumnos posteriormente, una mirada verdaderamente maliciosa).

— ¡Bien dicho mi niña! El trabajador llega porque existe. Tu atiendes el llamado porque existes. Pero supongamos que tus padres llaman a tu abuela quien está muerta. ¿Atenderá ella el llamado?

Ángela respondió: 

— ¡No lo creo!, Exactamente, respondió la maestra, y si llaman a la Caperucita Roja o a Barba Azul, o a algún otro personaje de los cuentos de hadas, ¿qué pasaría?

— "Nadie llegaría », respondió Ángela, pues solo son personajes de cuentos de hadas.

— Exactamente, se regocijó la maestra. Tal parece que tu inteligencia está siendo liberada en este día. Como pueden darse cuenta, mis niños, los que viven, los que existen, responden al llamado, pero los que no existen ya están muertos, no pueden hacerlo. Esto está claro, ¿no es así?

— ¡Si!, respondió la clase a coro.

— Entonces hagamos un pequeño experimento en este momento, dijo la Srta. Gertrudis. Volviéndose a Ángela le dijo: "Sal del salón mi niña".

Ángela dudó por un momento, pero por fin abandonó su lugar cerrándose la puerta tras su frágil silueta. 

— Y ahora niños, ¡llamémosla!, dijo la maestra.

— ! Ángela, Ángela! gritaron treinta y cinco gargantas al unísono.

Al principio los niños pensaron que esto era solo un juego. Ángela regresó al salón estando tremendamente confundida. La maestra saboreaba de antemano el efecto de dicha situación.

— Todos estamos de acuerdo. Cuando llamamos a alguien que si existe, esa persona atiende el llamado. Cuando llamamos a una persona que no existe, obviamente, no se presenta. Ángela está hecha de carne y hueso, ella está viva, ella nos puede oír; si la llamamos viene a nosotros. Entonces, supongamos ahora que llamamos al Niño Jesús. ¿Hay alguien entre ustedes que todavía cree en el Niño Jesús?

Hubo un momento de silencio. Entonces, unas pocas tímidas voces replicaron: 

— "Si, si creemos" Y tú mi niña, ¿todavía crees que el Niño Jesús te escucha cuando le llamas?

Así que ésta era la trampa que Ángela presentía. Y contestó fervorosamente: 

— « ¡Por supuesto que creo! Yo sé que Él me escucha cuando le llamo ».

— Bien, entonces hagamos un experimento. Acaban de ver a Ángela entrar después que le llamamos. Entonces, si el Niño Jesús existe llamémosle todos juntos, fuertemente: ¡Ven Niño Jesús! Una, dos, tres.

Las niñas guardaron silencio y bajaron sus cabezas. Durante este silencio, se podía escuchar la risa sarcástica de la señorita Gertrudis.

— Precisamente es esto lo que quería que entendieran. He aquí mi prueba. Ustedes no se atreven a llamarlo porque saben perfectamente bien que no se aparecerá. No vendrá, como tampoco lo hará Barba Azul ni Peter Pan porque ninguno de ellos existe. El Niño Jesús no es más que un mito, una ficción, una mentira. Él simplemente no existe.

Sintiéndose mal y muy confundidos, los niños siguieron en silencio. Algunos de ellos me dijeron posteriormente que habían empezado incluso a dudar respecto a la existencia de Jesús.

Ángela seguía de pie, pálida como la muerte. La señorita Gertrudis seguía disfrutando su triunfo, diciéndose a sí misma con relación a Ángela: "Por fin, la he aplastado".

De repente, algo inesperado sucedió. Ángela saltó en medio del salón y exclamo: 

— "Bien, entonces le llamaremos. Me escuchan. Todos juntos. ¡Ven Niño Jesús!".

En un segundo, todas las niñas se pusieron de pie, juntaron sus manos en oración y con una ferviente mirada en sus ojos y con sus corazones llenos de esperanza gritaron al unísono: ¡Ven Niño Jesús!

La maestra no esperaba esta reacción e instintivamente se echó para atrás, sus ojos fijos en Ángela. Después de un minuto de silencio Ángela dijo: 

— ¡Una vez más, ven Niño Jesús!

Todos juntos llamaron nuevamente al Niño Jesús, aunque después, una de las niñas dijo: "Realmente yo no esperaba que pasara nada extraordinario"

El grito de las niñas era tan fuerte que pudo haber derribado la pared.

Pero sucedió lo extraordinario. Las niñas me dijeron que en ese momento nadie estaba mirando a la puerta sino a la pared en el lado opuesto a ellas, enfrente de la cual se encontraba Ángela. Fue entonces que la puerta se empezó a abrir lentamente, notándolo todas ellas de inmediato, de acuerdo con sus propias palabras: 

— "Parecía como si toda la luz del día se hubiera dirigido hacia la puerta y entonces se convirtió en una bola de fuego. Estábamos espantadas, pero no tuvimos tiempo ni para gritar porque dicha bola se abrió a la mitad y entonces apareció un niño encantador, como nunca nadie había visto alguno semejante. El niño nos sonreía, sin dirigirnos ninguna palabra. Su presencia despedía una inmensa ternura. Ya no teníamos miedo, solo había felicidad entre nosotros. El Niño estaba vestido de blanco y parecía como un pequeño sol. Era Él quien producía dicha luz. Los rayos del sol parecían tinieblas comparados con Él. Posteriormente, desapareció dentro de la bola de fuego y la puerta se cerró por sí misma ».

Con gran deleite, sus corazones estaban tan repletos de felicidad que les era imposible pronunciar palabra alguna.

Repentinamente, un agudo grito rompió el silencio. Realmente furiosa - con sus ojos desorbitados - dicen los alumnos, la maestra comenzó a gritar: ¡El vino! Inmediatamente salió corriendo del salón dando tremendo portazo.

¿Cuánto duro la visión? Exactamente no lo sabemos. Lo que es cierto es que la visión duró lo suficiente como para aprender bien la lección. Ángela parecía como salida de un sueño. Ella simplemente les dijo a los otros niños:  

— ¿Se dieron cuenta? "Él verdaderamente existe. Ahora, démosle gracias por ello".

En silencio, todos se arrodillaron para decir un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria. Después dejaron el salón ya que era tiempo de regresar a sus casas.

Naturalmente, la noticia se extendió por todo el pueblo. Los padres fueron a ver al Padre Norberto, quien interrogó a los niños uno por uno. Después dijo que podía declarar bajo juramento que no había encontrado ninguna contradicción en sus relatos. Lo que particularmente le llamó la atención es que tal evento no resultó nada extraordinario para las niñas. "Dado que estábamos en una posición incómoda, Jesús vino en nuestra ayuda". Expresó una de ellas.

El Padre Norberto continuó: 

— "En cuanto a la Srta. Gertrudis, tuvo que ser enviada a un asilo para enfermos mentales. Los otros maestros prefirieron no hablar más del asunto. Parecía que ella no podía dejar de gritar: ¡Él realmente vino! ¡Él realmente vino!, yo traté de ir a visitarla, pero fue en vano. El asilo prohibía la entrada a los sacerdotes.

En cuanto a Ángela, terminó la escuela y comenzó a ayudar a su madre ya que era la mayor de sus hermanos. Creo que tenía una vocación religiosa, pero desde mi salida de Hungría, no volví a saber nada al respecto.