Dice el Evangelio que María meditaba cuando el Ángel le llevo el mensaje de parte del Señor. Estas meditaciones nacían de su humildad y juntamente de su fe.

Esta Virgen prudentísima sabia que el Ángel de las tinieblas se transforma algunas veces en Ángel de luz, y que el espíritu del error imita también la Voz del Espíritu de la Verdad.

Por esta razón pregunto al ángel, y espero la respuesta, para ver si era conforme con lo que los Profetas habían dicho del Mesías y con los principios de su religión.

Luego que el Ángel le respondió, ya no necesito mas de otra regla para conducirse, que la palabra de este Ángel, porque reconoció la Voz de Dios en Ella.

Hay una prudencia que guía y dirige la sumisión a la fe, lejos de serle contraria.

La prudencia hace abrir inmediatamente los ojos para asegurarse de la revelación y la sumisión los hace cerrar para creer ciegamente.

Es necesario no creer a toda clase de espíritus (1 Jn 4, 1); yo no quiero creer en todo cuanto se me puede decir en materia de religión, sino aquello que es conforme con lo que Dios ha dicho, ó por Sí mismo o por medio de Su Iglesia, que es la columna y el fundamento de la verdad (1 Tm 3, 15).

Dios nos ha dado los medios de conocer lo que ha revelado y una vez que la revelación es cierta, condenaría, aunque fuese a un Ángel que quisiera enseñarme lo contrario de lo que ella me enseña (Gal 1,8).

Creo todo lo que me enseña la religión, porque nada me dicta que Dios no haya dicho. ¿Y qué cosa puede haber más cierta que la que ha dicho Él, que es la misma Verdad?

Es además imposible el que yo me engañe, así como lo es el que me engañe Dios, o que se engañe a Sí mismo.

Es una insigne locura creer una cosa, como dicha por el mismo Dios, sin justos motivos; es una locura de paganos, y aun de muchos que se glorían de Cristianos.

Pero creer una cosa como palabra de Dios con justos y razonables motivos, no puede menos de ser ésta una prueba de la mas alta sabiduría.

Creer con una fe firme las verdades que Dios ha revelado, es participar de la infalibilidad del mismo Dios.

El examen en materia de religión, hecho con el mismo espíritu con que lo hizo María Santísima, produce el efecto de hacerse mas constante en la fe.

Pero ¡cuántas personas hay que hacen este examen, solo con el designio de mantener los errores en que viven, y no para aprender lo que deben creer y lo que deben seguir!

Su intención no es la de buscar la verdad para seguirla, sino la de ver si pueden encontrar razones para dudar de la verdad que no pueden sufrir.

No buscan de ninguna manera reglas ciertas para conocer lo que deben creer, y cómo deben vivir; el fin de sus investigaciones es el de vivir sin remordimiento en el delito.

Un sistema de irreligión es del gusto de muchas personas a quienes la fe les sirve de un tormento continuo.

No se duda comúnmente, ni se tiene por sospechosa la fe, sino cuando comienza a ser molesta.

La santidad de sus máximas, y no lo incomprensible de sus misterios, es lo que incomoda a los incrédulos.

Es necesario, o renunciar a las pasiones, o sufrir continuamente temores y remordimientos. No hay cosa mas común que determinarse a no creer, o a lo menos a formar dudas sobre todo, menos sobre el desorden lastimoso en que se vive.

De la sumisión a la fe

Luego, que María se aseguró de que Dios era el que la había hablado por medio del Ángel, creyó firmemente que se obraría todo lo que se la acababa de anunciar y lo creyó de tal modo, que de ninguna manera procuró comprender el misterio,

Ni pidió como Acaz que se la manifestase una señal en prueba de que sucedería lo que se la había revelado; ni dudo como Sacarías; y así no fue en aquella ocasión cuando dijo María: ¿cómo será eso? (Lc 1, 34).

¿Cómo este Hijo, de quien voy a ser Madre, obrara la redención? ¿Cuál será el establecimiento de Su Reino? Ninguna de estas reflexiones oyó el Ángel de María, ninguna de estas preguntas y curiosidades que son propias de un alma débil. Lo que hizo fue cautivar inmediatamente su entendimiento bajo el yugo de la fe.

Humíllate tu, o alma mía, a imitación suya, sometiendo tu razón a las verdades que son superiores a tus luces.

No procures comprender los misterios que la fe te propone. Si tu los comprendieras, dejarían de ser misterios. Debe ser bastante para ti saber que son verdaderos.

No podrás menos de quedar plenamente convencido de su verdad, si consideras la fe que te los enseña, con todos los caracteres que han obligado al universo a recibirla.

Estos misterios es verdad que son incomprensibles, yo lo confieso; pero también lo es que la fe perdería su mérito, si la razón humana pudiera comprenderlos o explicarlos. Bienaventurados aquellos que no vieron y creyeron (Jn 20, 29).

Desde los astros hasta la flor mas pequeña, todo es para ti misterio en la naturaleza. ¿No puedes comprender estos misterios naturales, y quisieras comprender los misterios de Dios?

¿No se ven sino imperfectamente las cosas de la tierra, y se quieren ver con toda claridad las cosas de Dios?

Es necesario no medir las cortas luces del entendimiento humano con el Poder y las obras de un Ser incomprensible e infinito.

¿Seria Dios lo que es si nosotros fuésemos capaces de comprender todo el fondo de su ser?

Creer lo que los ojos no ven ni la razón concibe, es rendir un perfecto homenaje a la Soberana Verdad.

¡No quiero yo, oh Dios mío! juzgar de las cosas por mis luces, sino por las vuestras que la fe me comunica.

No solamente el sacrificio del corazón es lo que pedís de mi, sino también el del entendimiento, el cual se hace por la fe.

Espero subir al Cielo en donde todo me será descubierto; pero ni aun allí comprenderé jamás enteramente ni vuestras perfecciones, ni vuestras obras, porque Vos seréis siempre infinito, y yo seré siempre limitado.

Yo creo, Señor, ¡pero fortaleced mi poca fe!  (Mc 9, 23); aumentad en mi la fe (Lc 17,5).

Estoy seguro de Vos no podréis negarme el Don de la fe, que es la fuente de todos los Dones, si os pido como debo.

Os ruego que me le concedáis por la intercesión de esta Virgen, que por la sumisión y mérito de su fe, vio cumplirse en Ella lo que se la había anunciado de vuestra parte. (Lc 1, 45)

Dadme una fe viva y universal, que sea sin ninguna duda, y que lo abrace todo. Dudar es lo mismo que no creer, exceptuar un solo artículo es desecharlos todos.

Dadme una fe animada por la caridad, que me haga vivir de una manera conforme a las verdades que me enseña la fe.

No os pido, Señor, el que me concedáis la Gracia de hacer los milagros que la fe ha hecho obrar a vuestros Santos, sino únicamente aquella fe que los ha hecho Santos.