De los vivos deseos que debe tener un alma de recibir a Jesús por la comunión.

MARÍA: Hijo mío, el misterio que acabas de considerar puede suministrarte muchas reflexiones, en las que tú no pensarías.

SIERVO. Dignaos, pues, de instruirme, ¡oh Reina del Cielo! Hablad, que vuestro siervo os escucha. (1 S 3,9)

MARÍA. Antes que yo recibiese la visita del Ángel, había implorado muchas veces a los Cielos, a ejemplo de los justos de Israel, a que se convirtiesen en un dulce rocío, e hiciesen descender sobre la tierra al Justo por excelencia.

Pero jamás me hubiera atrevido a pensar que sería yo aquella Virgen que había de dar al mundo su Salvador.

Cuando llegué a saber con toda seguridad que, sin embargo, había sido yo elegida para Ser su Madre, humillándome a vista de una dignidad tan alta y tan sublime; ¡de qué piadosos sentimientos no fui yo colmada! ¡Oh, hijo mío!, ¡qué alegría no concebí en considerar que había de poseer a mi Dios dentro de mi propio seno!

El mismo Dios, que se « dignó unirse tan íntimamente a mí por su encarnación, desea, hijo mío, unirse contigo por medio de la comunión. ¡Pero cuán poco vivos son tus deseos de recibirle!

No escuches de ninguna manera los pretextos que te sugieren tu indolencia y una falsa humildad, para separarte de aquella Sagrada Mesa.

Tú pretendes disculparte con el respeto y el temor; pero el temor y el respeto deben estar subordinados al amor, y deben servir únicamente para hacer al amor más solícito y atento.

El apartarse de la comunión por un respeto aparente es privar a Jesús de la satisfacción que quiere tener de vivir contigo.

Él mismo te da pruebas de esto cuando dice que tiene colocadas todas sus delicias en vivir entre los hijos de los hombres. (Pr 8, 31).

Dirás que tus faltas son demasiado repetidas para llegarte con frecuencia al Santo de los Santos: pero, hijo mío, por frágil que un alma sea, si hace todos sus esfuerzos para corregirse, Jesús viene a ella siempre con gozo.

También dirás que te apartas de la Sagrada Comunión, porque te sientes indigno de ella. Antes bien deberías, decir: yo quiero en cuanto esté de mi parte hacerme digno de comulgar, para ser participante de las Gracias que Jesús, concede a las almas piadosas que se unen a Él por la comunión.

No, Hijo mío, tus Comuniones no son raras por otro motivo de que huyes del trabajo y de la fatiga.

Temes aquella vida fervorosa que se exigiría de ti para permitirte comulgar con frecuencia.

¿Te quejas de las flaquezas y enfermedades de tu alma? Pues aprovéchate del remedio eficaz que te se ofrece en este Pan de vida.

Jesús en su Evangelio llama a su Divino Banquete, a los débiles y a los enfermos, a los pobres y a los ciegos.

Este mismo Señor conoce tus miserias, te presenta en Su Sacramento un remedio saludable y el más propio para aliviarte y fortalecerte.

Es verdad que sería mejor que tuvieses una santidad perfecta para comulgar; pero Jesús no te la pide tan grande.

Si ésta fuese necesaria, ¡cuán pocos Serian admitidos a Su Sagrada Mesa, a pesar de todos sus convites.

¡Si se exigiese una santidad semejante, seria pedir por disposición a la Comunión, lo que debe ser su fruto!

Confiesa sinceramente tu indignidad cuando te acerques a la Comunión, lleva principalmente una gran pureza de corazón, o por lo menos una resolución fuerte y eficaz de trabajar en adquirirla, y tu Comunión será fructuosa.

Ten presente que una Comunión bien hecha produce siempre algún efecto en el alma.

Si por tu vigilancia y fidelidad llegases a ponerte en aquel" estado en que es preciso que estés para que puedas participar frecuentemente del Sacramento, estarás ya sin duda bien adelantado en el camino de la perfección.

Un alma a quien se le aumenta el gozar de la Presencia de Jesús en el Cielo, pone sus delicias en gozarle por la Comunión tanto como la sea posible.

De los sentimientos que debe tener un alma cuando posee a Jesús por la Comunión.

MARÍA: Hijo mío, cuando hayas recibido a Jesús en aquella Sagrada Mesa y ya repose sobre tu corazón, imita los sentimientos que me animaban cuando yo lo llevaba dentro de mi seno.

SIERVO: ¡Oh María.! ningún entendimiento humano puede concebirlos, ni hay lengua que pueda explicarlos; solo Dios conoció cuáles fueron entonces los sentimientos y disposiciones de vuestra alma.

La fe, la humildad, el celo, el reconocimiento, el amor, todas las virtudes repartieron entre sí los instantes en aquellos nueve meses que el Verbo de Dios estuvo en vuestras purísimas entrañas.

MARÍA: Si llegaras a conocer bien, hijo mío, el precio de la Gracia que Jesús te concede cuando se da a ti en el Sacramento y los sentimientos de que está colmado en favor tuyo, ¿dejarías tú de tener en cuanto te fuese posible, los mismos sentimientos por Él?

¡La criatura es visitada por el Creador! ¡Un pobre por el Rey de la gloria!¡Un alma afligida por su Consolador Celestial! ¡Un hombre, que no es sino pecado, por Aquel que es la misma Santidad!

Humíllate profundamente delante de Él: exalta sus bondades, que son infinitamente superiores a cuanto puedes concebir.

Detesta tus ingratitudes pasadas; implora su auxilio de hoy en adelante y prométele una fidelidad eterna.

Entrégate a los excesos de la alegría más pura; y convida a los Ángeles y a los Santos a que rindan a Jesús, si es posible, las acciones de gracias que le son debidas por el Don magnífico que te da.

Desea que un Dios tan amable y tan bueno sea amado y glorificado en la tierra como lo es en el Cielo.

Abre tu corazón a todos los fuegos de Su Amor, y desea ser consumido en Él.

Ofrécele, en reconocimiento de Sus beneficios, y para suplir de algún modo a tu debilidad, los sentimientos de todas las almas santas que le reciben en el mismo Sacramento con devoción y con amor.

Y ofrécele especialmente todos los sentimientos con los que estuvo colmada mi alma, y que me dispensó por Su infinita Bondad, cuando por la Encarnación se unió tan íntimamente conmigo.

Piensa en aquellas virtudes, cuyos grandes ejemplos te da Jesús en la Eucaristía, particularmente en Su Humildad y pídele la Gracia de imitarla.

En este Sacramento no solamente Su Divinidad, sino también su humanidad está oculta. Ninguna cosa se manifiesta de Jesús sino a los ojos de tu fe. Pídele la gracia de amar la vida oculta y abatida, de huir a las honras y aplausos mundanos, y de practicar todas tus acciones sin el designio de ser visto y estimado.

En este Sacramento admirable Jesús es el objeto del desprecio de muchos hombres, y de la indiferencia de muchos corazones, que no son nada para este Señor, mucho para el mundo, y todo para sí mismos; Pídele la Gracia de sufrir con paciencia las injurias y contradicciones.

Ve aquí, hijo mío, con las mejores disposiciones cuando te acerques a la Comunión, y por el resto de todo aquel día sigue haciendo tus actos en Presencia de Jesús.