Madre de la Iglesia canadiense

Entre los santos y beatos de Canadá, que contribuyeron a fundar la Iglesia católica en suelo canadiense, destacan especialmente dos figuras : monseñor François de Laval, primer obispo de Quebec —-y de Norteamérica —, y María de la Encarnación, esposa, ama de casa, empresaria y monja ursulina, ambos beatificados en 1980 por san Juan Pablo II y canonizados en 2014 por el papa Francisco.

Si pensamos que las condiciones son difíciles para la Iglesia católica hoy en Québec, y en el mundo occidental en general, consideremos que las cosas fueron aun más dificiles para los primeros fundadores de la colonia canadiense que llegaron desde Francia, ya que tenían todo por construir, todo por hacer, pero estuvieron a la altura del desafío, gracias a su valentía y a su ilimitada confianza en la ayuda de Dios, que no les falló. En este sentido, siguen siendo un ejemplo para nosotros hasta el dia de hoy, porque Dios siempre está actuando, dispuesto a ayudarnos si rezamos y se lo pedimos. He aquí un resumen de la vida de Santa María de la Encarnación, a quien el célebre obispo francés Bossuet llamó la "Teresa del Nuevo Mundo" por su vida mística, tal como se publica en la carta de enero de 2024 de la abadía de San José de Clairval (www.clairval.com) :


El éxtasis de María de la Encarnación, por la Madre Sainte-Ursule, según Enrico Bottoni, hacia 1890

En las frías soledades del Canadá francés, en el siglo de Luis XIV, una una religiosa contaba un recuerdo de infancia remontándose a sus ocho años de edad : « Una noche, mientras dormía, me pareció estar en el patio de una escuela… De repente se abrió el cielo y apareció Nuestro Señor dirigiéndose hacia mí. Cuando Jesús se me acercó, le tendí los brazos para abrazarlo… Y Jesús me abrazó afectuosamente diciéndome : "¿Quieres ser mía ?". —Si—le respondí… ». Ese "sí" a Dios, llave de toda su existencia, será repetido continuamente y en cualquier ocasión por santa María de la Encarnación, tanto en el gozo como en la adversidad. La llamaron "la madre de la Iglesia Católica en Canadá".

María nace el 28 de octubre de 1599 en Tours (Francia), hija de Florent Guyart, maestro panadero, y de Jeanne Michelet, siendo la cuarta de siete hijos. Los Guyard dan a sus hijos una educación profundamente cristiana y una sólida instrucción. María ayuda a su padre en los hornos, lo suficiente para adquirir algunos principios del oficio y de la gestión de una empresa ; también iba a la escuela local.

Atraída desde muy joven por las realidades divinas, María inventa una forma de "meditación" que consiste en contar detenidamente sus « pequeñas cosas » a Dios. Muy pronto aparece el equilibrio de su rica naturaleza, hecha a la vez para las experiencias místicas y los logros prácticos. Hacia la edad de catorce años, María manifiesta atracción por la vida religiosa. Sin embargo, viendo su carácter alegre y agradable, sus padres la consideran destinada al matrimonio, ya que, más allá de su devoción, la joven lee novelas y se siente atraída por el mundo. En 1617, Claude Martin, maestro obrero de la seda que dirige una fábrica de esa especialidad, la pide en matrimonio. María, que casi tiene dieciocho años, no osa resistirse a sus padres y se deja comprometer en esa unión, pero promete a Dios que se consagrará por completo a Él si un día queda viuda. En octubre recibe de las manos de Dios, al pie del altar, al esposo que le ha sido destinado.

Depurada en la tribulación

Jesús le dice a María: “¿Quieres ser mía?”Jesús le dice a María: “¿Quieres ser mía?”

Su hijo y primer biógrafo, el padre Claude Martin, dirá de su madre : « Considerando que su marido ocupaba el lugar de Dios, se entregaba a él con todos los respetos y servicios que podía ; lo amaba no solamente porque poseía hermosas cualidades corporales y espirituales, sino aún más porque Dios la obligaba a ello ».

 María se enfrenta a problemas domésticos causados por una suegra celosa, así como a apuros económicos que desembocarán en la quiebra de la empresa de su marido : « Dios —escribirá—quería disponer de mi alma a su merced y depurarla en la tribulación ». Y siente un fuerte deseo de perfección. A pesar de su dedicación como esposa ejemplar, de la que da grandes muestras, experimenta esa llamada que evoca san Pablo : El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer ; está por tanto dividido (1 Co 7, 32-33).

María siente un gran entusiasmo por hacer que el temor y el amor de Dios reinen en su casa y en el taller, y « por cerrar —dice su historiador—todas las salidas por las que pueda penetrar el pecado ». Mediante su caridad y delicadeza en las atenciones personales, sabe ganarse el afecto de los empleados. Les insiste discretamente para que se confiesen a menudo. Como posee talento, discreción y don de palabra, lo que dice es comprendido y asimilado. Al mismo tiempo que actúa, la Palabra de Dios permanece presente en su alma : « Tras meditar sobre los Salmos, me venían continuamente pasajes a la memoria, de los que me servía en las reuniones… Así pues, cuando iba a ocuparme de mis cosas, me encomendaba a Dios con este anhelo que me era habitual : En ti, Señor, he puesto mi esperanza, no quede yo jamás confundida » (Sal 30, 2).

A sus diecinueve años, en abril de 1619, María da a luz a un hijo, al que ponen el nombre de Claude, como su padre ; seis meses después muere su esposo, afectado sin duda por la quiebra de su taller de sedería. Al quedarse viuda a los veinte años, María debe encargarse de la liquidación de los negocios de su marido. Se trata de concluir los pleitos, de satisfacer a clientes y deudores, de prever el futuro.

« Todas aquellas cruces —dirá ella—eran por naturaleza más grandes de lo que una persona de mi edad y de mi sexo, de mi capacidad y de mi poca experiencia, hubiera podido soportar. Pero la sobreabundancia de la bondad divina insufló en mi mente y en mi corazón una fuerza y un coraje tales que me ayudaron a soportarlo todo. Mi apoyo se fundamentaba en estas santas palabras : Estoy con los que están en la tribulación (cf. Sal 90, 15)… De ese modo llevaba a buen término todo lo que emprendía ».

Una fuerza irresistible

María se retira a casa de su padre, y su deseo de entrar en un convento se le vuelve a presentar imperioso. Sin embargo, el estado lamentable de sus negocios y su hijo en la cuna la retienen en el mundo. Se presentan numerosos pretendientes, por lo que la empujan a volverse a casar para remontar su economía. No obstante, tras algunos momentos de duda, decide seguir su inclinación por la soledad y hace voto de castidad. Emprende la lectura de libros espirituales y se dedica a conversar íntimamente con Dios. De pronto, el Señor irrumpe en su vida. Ella misma cuenta la experiencia mística que provocó lo que ella denomina su « conversión ». Una mañana en que se dirigía a sus ocupaciones, una fuerza irresistible se abate sobre ella y la detiene en medio de la calle. En un momento, los ojos de su alma se abren y se le muestran todos sus pecados e imperfecciones, con una « claridad más cierta que toda certeza ». En ese mismo momento se ve sumergida en la Sangre redentora del Hijo de Dios. Se confiesa al primer sacerdote que encuentra en la capilla de los feuillants (cistercienses) y regresa, tan pode- rosamente cambiada que ya no se reconoce a sí misma.

María aspira a una vida de reclusión, pero su hermana Claudia, casada con Paul Buisson, comerciante, la invita en 1621 a vivir en su casa. Ella acepta la oferta para asegurar su subsistencia y la de su hijo, pero pretende llevar una vida de abnegación y de servicio. Así, al principio, asume una situación de « sirvienta de los sirvientes », tomando a su cargo las tareas más ingratas y cansadas de la casa. Unas veces es cocinera, otras es criada o cuidadora de enfermos, y comparte mesa con una treintena de carreteros para impedir que blasfemen, cuidándolos como una madre cuando están enfermos. Sin embargo, ese mismo año las gracias místicas la conducen a una unión más estrecha con Cristo. Aunque ya está unida a Dios por el voto de castidad, profesa también los de pobreza y obediencia.

No obstante, se le reconocen sus cualidades como administradora, por lo que, en 1625, Paul Buisson le confía la responsabilidad de su empresa de transporte fluvial. He aquí, pues, a María sumergida en un « montón de negocios », conversando con gran número de clientes por los muelles del río Loira. Sin embargo, experimenta un « paraíso interior » y recibe revelaciones inenarrables relacionadas con el misterio de la Santísima Trinidad. Tiene veintisiete años, y su hijo Claude ocho. Es un niño frágil, tímido, al que su madre prepara delicadamente para la separación definitiva. Asistida por los consejos del padre Raymond de Saint-Bernard, monje feuillant, María Martin espera pacientemente a que se perfilen las vías de Dios. Elige a las ursulinas, porque una voz secreta le dice que Dios la quiere allí. La Orden de Santa Úrsula se había fundado en noviembre de 1535 en Brescia, Lombardía, por santa Ángela Merici (1474-1540). Las ursulinas llegaron a Francia en 1608 ; son de clausura y se dedican principalmente a la educación de las niñas, así como a cuidar a los enfermos y necesitados.

« ¡Devuélvanme a mi madre ! »

La entrada de María Martin en las ursulinas de Tours queda fijada para el 25 de enero de 1631. El 11 de enero, su hijo Claude, de once años de edad, se escapa a bordo de un barco que remonta el Loira. Tras tres días de angustiosas búsquedas, lo encuentran errando en el puerto de Blois. María lo confía al cuidado de su hermana y entra en el noviciado el día previsto. Al oír sus lloros y gritos, confesará que tuvo la impresión de que le arrancaban el corazón. Los días siguientes el pobre niño asalta el monasterio, logrando varias veces entrar en el claustro. Un día se presenta con una pandilla de escolares gritando contra las religiosas. En medio del alboroto, María distingue la voz de su hijo que grita : « ¡Devuélvanme a mi madre ! ».

¿Cómo pudo esa madre amorosa y cristiana « abandonar » a su hijo ? Humanamente, ese acto parece inexplicable. Pero la decisión de María había sido ratificada, después de una reflexión madura, por su director espiritual y por monseñor Bertrand d'Eschaux, el obispo de Tours. El Señor Jesús insistió en la exigencia de su llamada ; leemos en san Lucas : Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío (Lc 14, 26). El verbo « odiar » traduce aquí un hebraísmo que significa « poner detrás ». La llamada para seguir a Cristo « primero » es una consecuencia de la primacía de Dios y del reino de los Cielos sobre todos los demás afectos, incluso los más legítimos. La Iglesia, en su sabiduría, ha puesto justos límites a esa radicalidad impidiendo que las personas que tengan « almas a su cargo » abandonen a quienes les son confiados para entrar en una orden religiosa. Pero en este caso María no dejaba a Claude sin apoyo, pues había previsto todo lo necesario para su educación y su futuro. Claude realizará brillantes estudios en los jesuitas, y un día decidirá con toda libertad entregarse también por entero a Dios en la vida monástica.

María Martin, en adelante sor María de la Encarnación (no hay que confundirla con la señora Acarie, carmelita, que llevó el mismo nombre religioso), profesa sus votos religiosos en 1633. Pronto será vice-maestra de novicias y profesora de doctrina cristiana, pero tiene la íntima convicción de que el monasterio de Tours es solo un lugar de paso para ella. Poco a poco se va delineando su vocación apostólica. Dios la pasea en sueños por un hermoso país « lleno de espesas nieblas ».

Más tarde el Señor le dirá expresamente : « Lo que te he mostrado es Canadá ; debes ir a fundar una casa para Jesús y María ». Las Relaciones de los jesuitas informan a María sobre las misiones de « Nueva Francia ». El padre Poncet le presenta a María Magdalena de la Peltrie, viuda adinerada deseosa de consagrarse a la evangelización de las niñas amerindias. Humanamente hablando, la empresa parece más bien una locura : ¿cómo imaginar a unas débiles mujeres embarcadas en un océano infestado de escollos y de piratas ? Son muchas las objeciones que surgen contra el proyecto. Monseñor d'Eschaux hace primero caso omiso, pero acaba reconociendo la voluntad de Dios en esa empresa. Después de haber resuelto mil dificultades, María de la Encarnación, acompañada de la señora de la Peltrie, que financia la fundación, así como de dos ursulinas, se embarca el 4 de mayo de 1639 en el San José hacia el Nuevo Mundo. En el transcurso de la travesía, el navío casi se estrella contra un iceberg. Las viajeras llegan a Quebec el 1 de agosto.

A llegada de las primeras Ursulinas a QuebecA llegada de las primeras Ursulinas a Quebec

 

Una mística en acción

Francia se había instalado en Canadá apenas unos treinta años antes, con la fundación de Quebec por Champlain. El desarrollo era lento a causa de la falta de colonos (en 1640 eran menos de 3000) y de la inseguridad. La ciudad estaba rodeada de fortificaciones, inicialmente de madera ; los indígenas no hostiles, principalmente los hurones, podían entrar en su interior, al contrario de lo que acostumbraban los ingleses en sus fuertes ; de ese modo se entablaban contactos e intercambios. Los ataques de los iroqueses (otra tribu indígena de la región), empujados por los ingleses, eran relativamente frecuentes, lo que obligaba a los franceses a ser muy prudentes.

La madre María de la Encarnación se siente enseguida colmada por el fervor que constata en la joven Iglesia de Canadá. Se alegra de participar en la Misión, aunque reconociendo sencillamente que la vida cotidiana es extremadamente dura. Al llegar, confirma sus cualidades de « mujer de negocios ». Se instala con mucha dificultad en una casa de los arrabales, alojamiento provisional al que llama su « Louvre ». Para resguardarse del frío deben dormir en baúles forrados de sarga. En 1642 se mudan a un hermoso monasterio de piedra de tres plantas, 30 metros de longitud y 9 de anchura : una maravilla para la región. Pero la noche del 31 de diciembre de 1650 se produce un incendio que acaba con aquel alojamiento, fruto de inmensos sacrificios. Sin decaer en su ánimo, la fundadora empieza de nuevo la construcción. Lo conseguirá, apoyada en el auxilio divino, a fuerza de energía, ingenio y limosnas colectadas. María de la Encarnación es realmente una « mística de la acción ». Cultiva una huerta, explota una granja y hace excavar pozos. Los gobernadores, los intendentes y los notables de la colonia la consultan respecto a los asuntos temporales, y ella pone sus cualidades de dirigente al servicio de las almas. Los jesuitas son sus directores espirituales, y ella los acompaña por deseo propio en las expediciones en territorio de los indígenas, en el transcurso de las cuales ocho de ellos, casi todos conocidos personalmente de la ursulina, morirán mártires entre 1642 y 1649 ; fueron canonizados en 1930.

Las ursulinas llegaron sobre todo a Canadá para educar a las niñas. Al llegar a Quebec, reciben a todas las jóvenes francesas para instruirlas en el fervor y en las buenas costumbres. Las ursulinas acogen primero entre dieciocho y veinte internas de pago. Con el paso de los años, el número aumenta y la tarea se hace pesada.

« Si no hubiera ursulinas —escribe la madre María—, las jóvenes se hallarían en continuo peligro en lo referente a su salvación » : abandonadas a su suerte en aquel mundo duro de los colonos, corrían el riesgo de pervertirse. Antes de morir, la fundadora tendrá el consuelo de entregar el hábito religioso a varias canadienses de nacimiento que habían acudido a tomar el relevo.

Pero María de la Encarnación reserva siempre lo mejor de sí misma para las pequeñas amerindias. Las recibe con los brazos abiertos, se las ingenia para comprenderlas, para catequizarlas y hacerlas felices. Recomienda a todas las religiosas « el saludo y algunas frases de afecto » al dirigirse a las alumnas indígenas. A menudo las llama « delicias » de su corazón y « las mejores joyas de su corona ». No obstante, confiesa que le resulta « casi imposible » que adopten la cultura y el modo de vida francés, pues en unos meses no se puede pasar de la vida salvaje de los hijos de los bosques a las costumbres civilizadas del « gran siglo ».

« ¡Ánimo, santas mujeres ! »

Retrato de la Madre María de la Encarnación, atribuido a Hugues Pommier, 1672Retrato de la Madre María de la Encarnación, atribuido a Hugues Pommier, 1672

También es intenso el apostolado de la madre María con los amerindios adultos. Admira la fe sencilla de esos neófitos, y una de sus mayores alegrías es asistir a su Bautismo en la capilla de las ursulinas. Con más de cuarenta años, con la ayuda de los jesuitas, se pone a estudiar las lenguas amerindias, y hasta tal punto las dominará que escribirá un diccionario francés-algonquino, además de un diccionario y un catecismo iroqués. Después del incendio de 1650, los hurones temen perder a María de la Encarnación y a sus compañeras, por lo que su jefe les dirige estas emotivas palabras : « ¡Ánimo, santas mujeres, no se dejen vencer por el amor de sus padres, y muestren hoy que el afecto que sienten por los pobres salvajes es una caridad celestial más fuerte que los lazos de la naturaleza ! ».

Sin embargo, la esperanza de una fusión harmoniosa entre los pueblos de Canadá no se hace realidad. A los nativos, por lo general, no les agrada la vida sedentaria ni la agricultura. Son vulnerables a las bebidas alcohólicas que los colonos poco escrupulosos canjean con ellos a cambio de pieles ; los misioneros se ven obligados a alejarlos de los centros de población europea, que se han convertido en escándalo para ellos. Esa situación aflige mucho a María de la Encarnación, que se pregunta con angustia si habrá que regresar a Francia, pues los iroqueses saquean las granjas de la misión ursulina, matan a sus siervos y a muchos de sus mejores amigos. En 1660 su monasterio es sitiado. Finalmente, en 1666, el gobernador Daniel de Courcelles instaurará la paz con los iroqueses.

En 1659 llega a Quebec monseñor François de Montmorency-Laval, vicario apostólico y después primer obispo de Quebec (canonizado en 2014). En 1660, el prelado visita a las ursulinas y declara que piensa aportar notables cambios a las constituciones de 1647, redactadas sin embargo con prudencia por la madre María, con la ayuda del padre jesuita Jérôme Lalemant. Cargada de su experiencia de veinte años en Canadá, la fundadora considera que los cambios propuestos perjudicarían tanto al bien espiritual como al temporal de la congregación. Por ello escribe al obispo, que le propone tomarse un tiempo para reflexionar : « El asunto ya se ha pensado y ya se ha tomado una resolución : no lo aceptaremos, a menos que sea en estricta obediencia ». Monseñor de Laval dejará finalmente intactas las constituciones de 1647, salvo cinco artículos referidos a cuestiones secundarias. Los santos pueden tener opiniones divergentes sobre cuestiones prácticas, sin que sufra por ello su caridad mutua.

« Doy la vuelta al mundo en espíritu »

Monumento a María de la EncarnaciónMonumento a María de la Encarnación, frente a la entrada del monasterio de las Ursulinas, obra del escultor Emile Brunet

En mayo de 1653, María de la Encarnación se había entregado interiormente en holocausto a Dios por el bien espiritual de todos los habitantes de Canadá. Con motivo de ello había redactado la siguiente oración, en la que se muestra la intensidad de su impulso misionero : « Me acerco a vos, ¡oh, Padre Eterno !, por el Corazón de mi Jesús, por mi camino, mi verdad y mi vida. Por ese divino Corazón, os adoro por todos los que no os adoran ; os amo por todos los que no os aman ; os adoro por todos los ciegos voluntarios que, por desprecio, no os conocen. Quiero, por ese divino Corazón, responder por todos los mortales. Doy la vuelta al mundo en espíritu para buscar a todas las almas rescatadas por la preciosísima Sangre de mi divino Esposo, a fin de satisfaceros por todas por ese divino Corazón ; las abrazo para presentároslas por él, y por él os pido su conversión… Sobre ese adorable Corazón, os presento a todos los obreros del Evangelio para que los llenéis de vuestro Santo Espíritu… Os presento a todas las almas ; haced que sean una misma cosa con vos ».

La madre María ha trabajado mucho. Las prolongadas penitencias y las enfermedades mal curadas la han agotado. Ya no puede mantenerse de rodillas, su vista empeora y siente aversión por cualquier alimento. Sin embargo, exulta al pensar que pronto podrá ver a Dios frente a frente. Antes de morir vuelve a ver las gracias de su vida : Dios la ha colmado de favores místicos, la obra de las ursulinas va por muy buen camino y las noticias de su hijo Claude la regocijan, ya que había entrado en la congregación benedictina de Saint-Maur en 1641, fue promovido al cargo de prior en 1652 y, después, en 1668, a asistente del superior general. A punto de morir, María de la Encarnación manda que transmitan a su hijo, al que no ha visto en cuarenta años, un mensaje de ternura : « Decidle que lo llevo en mi corazón ». María de la Encarnación se apagó el 30 de abril de 1672, a la edad de setenta y dos años, cuarenta y tres de ellos pasados en Canadá. Fue proclamada santa el 3 de abril de 2014 por el Papa Francisco, mediante el proceso de canonización equipolente (basado en la reputación de santidad constante, con dispensa de constatación de milagro). Su festividad es el 30 de abril.

En una "Exclamación", la ursulina nombra a Dios tal como lo experimenta : « No, Amor mío, no sois fuego, no sois agua, no sois lo que decimos. Sois lo que sois en vuestra eternidad gloriosa. Sois : esa es vuestra esencia y vuestro nombre. Sois vida, vida divina, vida viva, vida que une. Sois todo beatitud. Sois unidad incomparable, inefable, incom- prensible. En una palabra : sois Amor, y mi Amor »

En santa María de la Encarnación, la mujer cristiana se realizó plenamente y con notable equilibro en sus diversos estados de vida : esposa, madre, viuda, directora de empresa, religiosa, mística, misionera, y todo siempre con fidelidad a Cristo, siempre en íntima unión con Dios. Cargada de su experiencia, escribió : « Dios jamás abandona a quienes lo tratan como amigo y lo prefieren a todas las cosas y a sí mismos ». Podemos invocarla para obtener, mediante su intercesión, la gracia de hacer todas las cosas en Dios, con Dios y para Dios.

Dom Jean-Bernard Marie Borie, Abad y los monjes de la Abadía


Reproducido con permiso de la Abadía San José de Clairval, Francia, que publica una carta espiritual mensual sobre la vida de un santo. Dirección postal : Abbaye Saint-Joseph de Clairval, 21150 Flavigny sur Ozerain, Francia. Sitio web : www.clairval.com