El amor verdadero es aquel que necesita de tiempo y disposición para llegar a conocer a la otra persona. Este amor se encuentra en el reconocimiento y la aceptación de las debilidades del otro, en ser su apoyo y su andamio para que aquellos defectos se vayan limando y que este ser amado vaya creciendo y mejorando como persona. 

Este amor al que nos referimos como verdadero, comienza cuando la etapa del enamoramiento termina, o mejor dicho cuando la etapa del deslumbramiento culmina y podemos mirar de manera objetiva a aquella persona que antes nos parecía más que perfecta.  

Es por esto que he dicho que un gran requisito para el amor verdadero es el tiempo, puesto que al principio la persona por su naturaleza oculta sus defectos, vicios y flaquezas, es decir que nos muestra tan solo aquello que nos puede cautivar. Alguien dijo lo siguiente: "a medida que las hojas de la alcachofa se van deshojando, se logra llegar al corazón de la misma". No podemos quedarnos en un estado de deslumbramiento perpetuo, no podemos contemplar solo el exterior de la alcachofa, pretender amarla de verdad si no queremos llegar a su corazón que es donde se encuentra el verdadero contenido de la misma. 

Somos criaturas excepcionales, dotadas de una gracia divina como ningún otro ser viviente, pues tenemos el privilegio del amor. San José María Escrivá de Balaguer dijo lo siguiente: "El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. Puede amar a las otras criaturas, decir un tú y un yo llenos de sentido" (Es Cristo que pasa, 48).

El amor verdadero requiere de esa reciprocidad y de ese compartir, de ese querer ser mejor para poder amar mejor y para poder dar lo mejor de mí a la otra persona. Y como dijo Santo Tomás de Aquino: "Esto es lo primero en la intención del amante: que sea correspondido por el amado. A esto tienden, en efecto, todos los esfuerzos del amante, a atraer hacia si el amor del amado, y si esto no ocurre, es preciso que el amor se disuelva" (SANTO TOMAS, Suma contra los Centiles, lll, 151).

Cuando hablo de compartir evidentemente no me refiero exclusivamente a lo material, me refiero a compartir los sueños, deseos, miedos, ideas e incluso errores. El amor verdadero es querer desinteresadamente el bien de la otra persona..

Este amor implica dominio sobre si mismos, no pretende satisfacer sus deseos sexuales a costa de la otra persona, el amor verdadero sabe esperar con ansias a la otra persona, respetándola y valorándola por lo que es, más no por el placer que esta me puede ofrecer. 

El amor que es verdadero es fiel y sincero, conoce el compromiso que tiene con la otra persona, aquel compromiso voluntario que debe nacer desde una decisión sincera y personal, que no cambia con el tiempo y las circunstancias, es una unión completa y perdurable. 

El amor verdadero es entonces el que ama a la otra persona por lo que es, no por sus apariencias, talentos y conocimientos. El amor verdadero es aquel que me hace querer ser mejor persona, es aquel que implica esfuerzo y detalles, no se trata de no tener diferencias, se trata en saber negociar soluciones. 

Este amor no esclaviza, no pretende controlar a la otra persona, pues los dos son seres individuales que han buscado unirse, pero aun son libres y desde esa libertad es que han escogido unirse más no aprisionarse.