Nadie - excepto tal vez para los explotadores y los privilegiados del sistema existente - estaría de acuerdo en que la situación actual en el mundo es satisfactoria. Prácticamente toda la población de casi todos los países está en revuelta, revuelta de una forma u otra.

Los empleados están en rebelión contra las condiciones en las que trabajan. Los empresarios están en rebeldía contra las restricciones financieras, contra la injerencia del gobierno, contra las dificultades a través de las cuales están obligados a conducir sus negocios. Los contribuyentes están protestando vigorosamente contra la carga cada vez mayor de impuestos que se les impone. Los desocupados, los necesitados, los desamparados están en rebelión contra el lote desesperado que es suyo.

La revuelta, reacción en contra de condiciones agravantes e irritantes, no es necesariamente una mala cosa. Pues es la reacción de los hombres que no permiten ser menospreciados, dañados o destruidos por condiciones insalubres que obstruyen el desarrollo de sus personalidades, de su mismo ser. La revuelta contra este medio es el primer paso para decidir qué medios tomar para rectificar las condiciones. La revuelta es el precursor de un derrocamiento completo de un sistema existente o al menos de un cambio de gran escala.

Dado que la revuelta está tan extendida hoy y crece continuamente, podemos suponer con certeza que cambios muy fundamentales son inevitables. Es un decir común que el mundo está en las punzadas de dar a luz, pero lo que va a nacer es aún desconocido. ¿Será una revolución, un estado de caos que invita a la dictadura? ¿O veremos cambios provocados que conducirán a condiciones satisfactorias para todos?

Un objetivo social común

Todas y cada una de las asociaciones de hombres tienen para su fin la consecución de un objetivo común de una manera más fácil y eficiente de que si se tratara individualmente. Tales son, por ejemplo, los sindicatos, las asociaciones agrícolas, las asociaciones de empleadores, las empresas, las cooperativas, los clubes deportivos, etc. Estos tipos especiales de asociaciones persiguen cada uno su final particular por el cual sus miembros las han formado. Sin este fin o propósito, la organización pronto se disolvería.

La gran asociación de hombres a la que llamamos sociedad tiene también un objetivo, un objetivo social, que consiste en procurar o facilitar la adquisición de todos los bienes que todos los ciudadanos juntos han decidido que desean.

Las necesidades de un pueblo son ciertamente multitudinarias y variadas. Entre todos los individuos que componen una sociedad hay quienes quieren cosas hacia las cuales otros individuos serán completamente indiferentes. Y ese orden social sería más imperfecto si satisficiese las demandas de unos pocos y dejase a la vasta mayoría sufrir completa frustración en la búsqueda de satisfacer sus necesidades más fundamentales.

Ahora bien, hay, sin duda, dos cosas que cada individuo busca en primer lugar de la sociedad en la que reside. Estas dos cosas son:

  1. Seguridad económica;
  2. Libertad personal.

Por seguridad económica entendemos el acceso a las cosas necesarias para la vida, los medios de satisfacer las necesidades esenciales del individuo. Esto incluiría ciertamente alimentos, ropa, hospedaje, atención médica y la educación que sea necesaria en la sociedad actual.

Teóricamente, la libertad personal es de un orden superior a la seguridad económica. Pero en la práctica, tal libertad no puede lograrse hasta que se satisfagan las necesidades fundamentales del hombre natural. Los necesitados son esclavos de las condiciones que se les imponen por tener derecho a vivir. ¡No es libre, porque no puede renunciar a vivir!

Por otra parte, una vez que el hombre ha alcanzado el punto en que vive decentemente, puede, si tiene algún sentido de libertad, rechazar aquellas condiciones que lo atarían en una forma de esclavitud, a pesar de que podrían hacerle rico. La libertad valdría más que la riqueza o un mayor grado de comodidad.

En cuanto al hombre que corre detrás de la riqueza y trata de acumular más y más a cualquier precio, es esclavo en todos los sentidos de la palabra, es esclavo del dinero.

Podríamos decir que la libertad comienza con la satisfacción de nuestras necesidades más ordinarias y cesa cuando corremos desordenadamente por lo superfluo.

¿Socialismo o Crédito Social?

En lo que respecta a la seguridad económica, políticos, economistas y sociólogos sostienen que una garantía de seguridad económica exige una renuncia, al menos en parte, de la libertad personal. En esto sostienen, "inconscientemente, tal vez, los principios de la escuela socialista. Pueden dar muy fácilmente muchos ejemplos que han sido objeto de legislación para defender su teoría.

Pero si esto ha ocurrido es precisamente porque los gobiernos se han esforzado por reformar a lo largo de líneas centralizadoras socialistas en lugar de aplicar una reforma del sistema financiero de la que fluye la mayoría de los defectos en nuestra sociedad actual.

Es cierto que los socialistas prometen seguridad económica a todos. Pero tal seguridad, como es ofrecida, implica el control del estado de la economía, burocracia, inspecciones e investigaciones, regimentación y todo el resto. Tendrían una sociedad de ciudadanos, todos numerados, arraigados, alimentados, protegidos -como nuestros animales domésticos o compañeros de prisión. La escuela de Crédito Social no postula este tipo de seguridad económica. El Crédito Social quiere para cada ciudadano la seguridad de un capitalista que no tiene que ser puesto a trabajar, inspeccionado e investigado para imponer sus dividendos. Él, el capitalista, no se dedica al trabajo real de hacer que su capital produzca bienes. El productor lo hace. Este último tiene su recompensa en forma de salario o sueldo. El capitalista tiene la suya en forma de dividendos.

Pues bien, la doctrina del Crédito Social enseña que cada ciudadano es coheredero de un capital comunitario que los trabajadores de la sociedad están ocupados haciendo productivo. A los trabajadores se les paga su recompensa, pero aparte de eso, cada ciudadano recibiría un dividendo, independientemente de si estaba o no empleado en la producción actual.

Una abundancia de bienes para todos

El propósito de un sistema económico es suministrar los productos y servicios que los seres humanos necesitan en la cantidad, en el momento y en el lugar en que son necesarios.

Hoy en día este fin es físicamente muy fácil de alcanzar. Es la característica sobresaliente de nuestros tiempos que somos capaces de producir con notable facilidad toda la variedad de bienes que se necesitan, en las cantidades necesarias. Y lo que es más, somos capaces de hacerlo con una necesidad cada vez menor de la participación humana en la producción.

El hombre siempre ha tratado de satisfacer sus necesidades con un gasto mínimo de tiempo y energía para tener más tiempo y poder así dedicarse a otras actividades humanas aparte de las puramente económicas. Hoy hemos llegado a ese objetivo. Podemos producir lo suficiente para todas nuestras necesidades con una disminución de la cantidad de trabajo humano; podemos suministrar bienes para las necesidades de todos sin necesidad de que todos sean empleados en la producción.

Nadie puede negar que la capacidad de la producción global moderna es capaz de producir lo suficiente para las necesidades de todos, cuando no es obstaculizada por las finanzas modernas o por otros obstáculos y cuando los bienes se distribuyen como deben ser.

Sólo queda decidir si cada individuo, por razón de ser miembro de la sociedad (y no por otra razón), tiene derecho a participar en esta abundante producción. Veamos si este derecho está bien fundado.

Una gran herencia común

La abundante producción moderna se debe en parte a la existencia de los recursos naturales que Dios ha colocado en la tierra para el uso de todos los hombres. También se debe al hecho de los descubrimientos científicos, la aplicación de estos descubrimientos a la industria, el perfeccionamiento de las técnicas industriales y comerciales, la organización de la división del trabajo; todo esto hace una máquina de producción cuyo rendimiento a través de tal coordinación es casi ilimitado.

Todas estas formas de progreso que hemos mencionado anteriormente-descubrimientos científicos, técnicas y procesos perfeccionados- no son todo el trabajo que actualmente se emplea en la producción general del país. Tampoco son producto del trabajo de científicos y técnicos que actualmente están trabajando en investigación y desarrollo. Tampoco son el fruto del progreso de las últimas tres o cuatro generaciones. Son más bien el resultado de siglos de lucha para vencer la necesidad; siglos de estudiar la naturaleza y luego luchar por dominarla; el resultado de todas las investigaciones, descubrimientos e invenciones de los hombres; todo esto conduce a nuevos descubrimientos e invenciones y a un nuevo perfeccionamiento de los métodos. Todos estos maravillosos avances transmitidos de una generación tras otra, heredando unos a otros el fruto del esfuerzo común, son los que nos han dado los milagros de la producción de nuestros días, y todos ellos constituyen un vasto patrimonio común que fluye de la misma naturaleza de la sociedad que ha permitido el desarrollo que hemos mencionado y su legado a cada generación sucesiva.

Nuestra generación es heredera, como las generaciones anteriores, de estas maravillas. Son una herencia común a la cual nadie o ningún grupo puede reclamar una parte importante. Es un patrimonio que pertenece a todos.

Cada miembro de la sociedad, junto con su compañero, es coheredero de este inmenso capital que es el factor preponderante en la producción moderna.

Ciertamente, este vasto capital común debe hacerse productivo. Pero cada uno tiene derecho a una participación en lo que se produce a causa de la naturaleza de este capital legado. Porque cada uno es coheredero; cada uno es un cocapitalista junto con sus conciudadanos. Y esto de ninguna manera, niega la remuneración que corresponde a todos los que participan activamente en hacer este capital fructífero.

Imaginemos que sólo se necesita de un uno por ciento de la población para que este inmenso capital común incida en nuestra producción moderna, ¿es lógico que sólo el uno por ciento de la población debe participar en esta producción? El mismo argumento se sostiene si, en lugar de un uno por ciento, decimos cuarenta por ciento. El otro sesenta por ciento no puede ser excluido de compartir en esta producción. Todavía conservan su título de coherederos de este inmenso capital que el otro cuarenta por ciento está aplicando a la producción. Los del cuarenta por ciento son también coherederos, cocapitalistas, y como tal participan en los frutos de esta producción; además, tienen derecho a una parte adicional que es su recompensa por ayudar a que este capital produzca dividendos.

Los esfuerzos del productor deben ser recompensados. Pero el hecho sigue siendo que la mayor parte de esta producción se debe al enriquecimiento por asociación, al patrimonio social.

Por lo tanto, debe admitirse no sólo que tenemos una abundancia para satisfacer nuestras necesidades, sino que:

La seguridad económica sin medidas restrictivas, es decir, con garantía de libertad personal, es el derecho, desde el nacimiento, de todo hombre, mujer y niño en cada país de la tierra.

Las reglas de los financieros en la actualidad niegan este derecho. El socialismo la ignora. La aplicación de las propuestas financieras del Crédito Social asegurará su realización.

(Nota del editor: Este artículo fue escrito en 1860, pero sigue siendo relevante, no sólo para Canadá, sino también para otros países).