TESTIMONIO DE SACERDOTE POLACO

¡Amo a Cristo!

"Cristiada" es el nombre de una película sobre la extraordinaria – y prolijamente silenciada - epopeya de los católicos de México que fueron, entre 1920 y 1930, perseguidos, encarcelados, torturados y masacrados por el gobierno ateo y masón de Plutarco Calles, muchos de los cuales fueron elevados a los altares como mártires por San Juan Pablo II. En la memoria reverencial de la Iglesia serán siempre los "cristeros", como se llamaban a sí mismos, los que en medio del martirio sonreían con la frase "el cielo está barato" en los labios,  y morían al grito de "¡Viva Cristo Rey".

Al grito de "¡Amo a Cristo!" padecieron similar suerte los católicos polacos bajo el yugo soviético en Bar, territorio que pertenecía a Polonia antes de la segunda guerra Mundial, en lo que ahora es Ucrania.

Este es el testimonio del Padre Pawel (Pablo) Wyszkowski, sacerdote polaco en la ciudad de Bar.

Nos cuenta la madre de Pawel: "Yo he llorado…pero de alegría, porque de alegría también se llora. Lo hice el día en que nos comunicó que quería entrar en el Seminario. Y cuando partió, lo bendije y le hice la señal de la Cruz para que se vaya con Dios. Fue un momento de inmensa alegría y felicidad porque sabía que le estaba ofreciendo la vida de mi hijo al Señor y, al mismo tiempo, que no sería capaz de terminar de agradecerle ese llamado que Él había hecho en mi familia. Y, durante el tiempo en el Seminario, no dejé de orar para que Dios lo ayude a perseverar en su vocación.

Cuando era muy niño, los Viernes Santos, Pawel solía adorar toda la noche una réplica del cuerpo mortificado de Jesús que yacía en una especie de tumba en nuestra Iglesia. Para que pudiese cumplir con su deseo, debíamos taparlo con una manta, ocultándolo así de las miradas de los comunistas que también estaban en vela, pero para hacernos sufrir en esa noche de agonía."

Pero el Padre Pawel quiere hablar del martirio de su abuelo. "A mi abuelo, los soldados soviéticos le golpearon con sus fusiles exigiéndole que reniegue de su fe. Él contestó que'¡No! ¡Yo amo a Cristo!'y, aunque le siguieron pegando, no pudieron moverlo de allí. Entonces, llenos de odio, lo enterraron vivo. Y así murió mi abuelo, mientras rezaba un rosario, en Bar, de donde vengo yo".

Hay muchas historias como éstas en el Padre Pawel.

"'¡Dios mío, qué bueno es vivir en tu Santa Iglesia Católica', exclamó el Padre Jalmukacz, párroco de Bar y le sacaron la piel, le sacaron los ojos, le cortaron las orejas y la nariz y, medio muerto, lo hicieron pasear por la ciudad. Después, lo arrastraron con caballos y, como también se negara a insultar a la Santa Misa, terminaron por arrojarlo a un pozo con cal viva, donde murió cocinado."

"También gritaban'¡Con nosotros está Cristo y no nos rendimos! ¡Nunca permitiremos que destruyan a nuestra Iglesia!'los feligreses de la parroquia de Bar mientras eran empujados hacia la muerte (en sólo un año fueron asesinadas 9.367 personas)."

El Padre Pawel hace un alto y, como para darse ánimos, dice: "Amo a Cristo. Él me dio la fe". Y continúa.

"En mi país estaban empecinados en destruir la fe en todos los corazones. Miles de templos fueron dinamitados, y en numerosas parroquias sus feligreses directamente fueron exterminados. En la villa de Mañkowice, de 8 mil habitantes, por ejemplo, no quedó ningún católico. Infinidad de Iglesias fueron profanadas y transformadas en bodegas, fábricas, almacenes para granos y museos de ateísmo. Se me traspasa de dolor el alma cuando veo ese espectáculo de tantos templos arruinados y cruces destruidas."

"En mi parroquia de Bar, también pretendieron destruir el templo, pero cuando la gente se enteró hizo una suerte de barrera humana a su alrededor. Se arrojaron bajo las topadoras, bajo las  ruedas de los tractores. Durante dos meses sostuvieron esa resistencia, en medio del lodo, la lluvia y la nieve, de día y de noche. Poco antes de Navidad, los soldados capturaron a los defensores y les enhebraron las orejas con alambre y los colgaron por los muros del templo. Antes de ejecutarlos, a cada uno les proponían que salvara su vida renegando de su fe en Cristo. Nadie aceptó. Para demoler la Iglesia debían demoler a todo un pueblo. Y finalmente no lo pudieron hacer y el templo se salvó.

De esa madera estaba hecho mi pueblo, dice el Padre Pawel.

"El Estado había prohibido que niños y jóvenes hasta 18 años fueran a la Iglesia e incluso no podían ni acercarse a la puerta. No obstante, mi madre nunca dejó de llevarme ante el Señor. Además, como mi casa distaba de la Iglesia 8 kilómetros y yo era muy pequeño, la caminata de más de una hora y media era un suplicio para mí, me cansaba y me dolían las piernas. Entonces mi madre me colocaba en su espalda y, cargándome, hacía el trayecto a paso firme. Recuerdo muy bien esos caminos y la espalda de mi madre."

"El simple hecho de ir a la Iglesia, como se ve, era tan difícil que comprometía la seguridad personal y hasta la vida. Pero la fe era fuerte. Había veces que nos reuníamos a orar con velas encendidas a las puertas del templo que permanecían cerradas. Cuando se enteraba la policía nos arrancaba las velas de las manos y con ellas nos golpeaban las cabezas, nos arrojaban piedras y botellas de vidrio. A mí me escondían entre los hombres más robustos o me cubrían con pañuelos bajo alguna banca para que no me vean porque podían enviarme a un orfanato. Mis padres nos enseñaban que siempre se debe sufrir por la fe."  

"Siendo un muchachito, un sacerdote que vino a mi parroquia me preguntó que quien quería ser, ¿Yo le contesté que el Papa, y se sorprendió mucho.'¿Por qué no obispo o cardenal?', volvió a preguntarme, y entonces le dije que quería ser Papa aunque no sea más que por un instante para canonizar a mi madre porque ella me había transmitido la fe y que no había don más grande, sobre todo en esos tiempos tan difíciles que vivíamos. Mis padres nos habían enseñado el Padrenuestro y la Letanía Loretana con unos devocionarios rotosos, escritos a mano y escondidos bajo tierra en los jardines. Ahí también aprendí la lengua polaca."

Amo a Cristo, siempre lo amé - Él era mi fuerza

"En la escuela primaria, yo era el único entre 800 personas que iba a la Iglesia. Nunca ocultaba mi fe en Cristo y por eso mis maestros, buscando ridiculizarme, me hacían rezar de rodillas frente a toda la clase, cantar salmos y acostarme en cruz, mientras se burlaban diciéndome que jamás sería sacerdote. A los 14 años, sacándome de la Misa de Gallo, me llevaron frente a todos y me tildaron de'enemigo de la nación'. Como castigo, me sacaron la chaqueta de abrigo y tuve que volver a mi casa caminando, casi desnudo, 5 kilómetros de campo helado. Cuando no podía más, aterido de frío, casi congelado, y me caía y me arrastraba, venían a mí las imágenes de las innumerables personas de mi parroquia que habían dado la vida por Cristo. Entonces, me paraba y seguía con nuevo ánimo.

Amo a Cristo y soy su sacerdote. "Cuando, por esos años jóvenes, no podía ir a Misa en mi ciudad porque estaba prohibido, viajaba 100 kilómetros en autobús hasta un templo escondido donde podía hasta vestirme de monaguillo y servir en el oficio."

Amo a Cristo y Él me hizo sacerdote

"Y como sacerdote siento que debo rezar y trabajar para que Dios esté de nuevo presente en tantos templos que han sido violados y vaciados. Rezo para que haya muchos más sacerdotes, ya que más de 45.000 fueron asesinados, incluso obispos. Les crucificaron en las celdas, les arrojaron en calderos, en invierno les regaban con agua y se congelaban. Ellos dieron así testimonio de amor a Cristo."

Amo a Cristo y a la Iglesia en Ucrania que fue probada tan cruelmente en su fe y perseveró. "Muchos de sus hijos aceptaron la silla eléctrica, deportaciones, trabajos forzados y diferentes y atroces formas de muerte. De sus lágrimas y su sangre, hoy florece y se desarrolla la Iglesia. Se erigen nuevos templos y nacen nuevas parroquias. De nuevo la gente quiere vivir con Dios.

"Acosados así en Bar, un día nos llegó la noticia de que había un Papa eslavo, polaco. La alegría que nos embargó fue indescriptible. Felices, leíamos hojas clandestinas que venían desde Polonia con noticias sobre Karol Wojtyla. Se encendió, entonces, en mi alma una intensa necesidad de encontrarme con él y oré para que tal cosa sucediera. En el mismo año, 1995, en que entraba al Seminario, se celebraba la canonización del fundador de nuestra congregación de Oblatos de María Inmaculada, San Eugenio Mazond. Nos anunciaron que, en su homenaje, habría un concurso sobre su vida. El oblato que demostrase saber más sobre él, ganaría un viaje a Roma para la canonización. Leí los dos libros que había que leer, concursé y gané. Fui a Roma y participé en las ceremonias entre una multitud de fieles. Esa noche tuvimos una audiencia con el Santo Padre junto a varios grupos de polacos. Aunque se le veía muy cansado, Su Santidad se acercaba a cada grupo, decía unas palabras, se tomaba una foto y pasaba al siguiente. Yo deseaba aunque sea tocarlo…pero éramos tantos. Como alto que yo era, me habían puesto contra la pared y no podía extender mi mano hacia él y menos decirle algo. Entonces comencé a orar:'Señor Jesús, deseo tanto encontrarme con el Santo Padre y estoy aquí, tan lejos de él…'. Y en ese momento el Papa se acercó a nosotros, se tomó una foto y cuando se alejaba, volvió sobre sus pasos y preguntó:'¿Tienen ustedes a alguien aquí del Este?'. Éramos como 50 en total y, por un instante, se hizo un gran silencio. Hasta que se oyó decir que sí, que había uno, de Ucrania, y a mi superior que ordenó:'¡Pawel, venga para aquí!'. Casi temblando y sin aire, me acerqué y el Papa me saludó y me preguntó que de dónde era.'De Bar, Santo Padre', le respondí, y él exclamó:'¡Oh, de la confederación de Bar!'(La confederación de Bar fue una asociación de nobles polacos, formado en la fortaleza de Bar (Podolia) en 1768 para defender la independencia interna y externa de la República de las Dos Naciones contra la agresión de la Imperio ruso y contra el rey Estanislao II Poniatowski, uno de los reformadores). Y, como si toda su vida hubiese sabido lo que yo ansiaba en el fondo de mi corazón, me dijo:'Te doy mi bendición para que puedas renovar la Iglesia en Ucrania'."

Amo a Cristo y a la Iglesia de Pedro, para siempre.

Transcrito por Verónica Reyes