La fuente y el punto culminante de toda la vida cristiana, —tal como ha definido el Concilio Vaticano II el sacrificio de la Eucaristía—debe constituir el punto central de nuestra vida. De no ser así, cabe preguntarnos ¿qué vida es la que vivimos y cómo la vivimos?

Uno de los elementos claves del Concilio Vaticano II ha sido la renovación litúrgica. Sin embargo, esta renovación ha llegado a los cristianos como cambios exteriores más que como espíritu y además con un comportamiento antes, durante y después de la Eucaristía que realmente pone en evidencia la ignorancia de lo que se celebra y a lo que se asiste, llevando incluso a personas en no pocos casos, a perder la Fe.

En la raíz de todos los problemas que encontramos en nuestras celebraciones litúrgicas, y también en esta falta de espiritualidad, está la insuficiencia de la formación litúrgica, afirma el sacerdote alemán Gregorio Lutz CSSp.

Hay formas de actuar que a uno le ponen especialmente triste porque muestran una ignorancia religiosa escandalosa. Son, además, comportamientos muy alejados de la comprensión que se ha de tener de uno de los regalos más importantes que nos hizo Jesucristo y que no es otro que la Santa Misa.

El caso que hoy traigo en este artículo me gustaría que no fuera muy común en nuestras Iglesias. Sin embargo, vemos con tristeza que esto ya es así, incluso dentro de varias órdenes religiosas.

Hace apenas unos días me encontraba en la Casa de Dios gozando de la Santa Misa y, como suele suceder (por desgracia) muchas personas entran a la misma después de que ha dado comienzo la celebración. Hay que decir que en casi todos los casos apenas han pasado unos minutos y, aunque se eche de menos un poco, bastante, más de respeto a la Eucaristía, se puede atribuir a un simple retraso no exento de falta de concienciación al respecto de lo que supone un momento tan especial como es el del Sacramento aquí traído.

Sin embargo, el día citado hubo una persona que sobrepasó toda consideración caritativa de entendimiento hacia el comportamiento que debe, un católico, mostrar con la Santa Misa. La citada persona no sólo llegó después de la proclamación del Credo, llevó consigo y utilizaba su teléfono celular además de lucir un atuendo propio de un gimnasio y, para colmo, con la boca llena de goma de mascar. Pero además, ni corta ni perezosa, se marchó de la Casa de Dios antes de que el sacerdote diera la bendición y dijera, aún sin decirlo, aquel Ite Misa est que viene a suponer, en realidad, la misión que a cada católico se nos ofrece a cumplir tras la celebración de la Santa Misa y que no es otra que la de transmitir el Evangelio allá donde estemos.

Según San Francisco de Sales, esto es lo que se tiene, digamos, que hacer para gozar de la Santa Misa.

"Desde el principio que el sacerdote sube al altar prepárate juntamente con él, lo cual harás poniéndote en la presencia de Dios, reconociendo tu indignidad y pidiéndole perdón de tus defectos.

Desde que el sacerdote suba al altar hasta el Evangelio, considera sencillamente y en general la venida de nuestro Señor al mundo y su vida en él.

Desde el Evangelio, hasta concluido el Credo, considera la predicación del Salvador, protesta que quieres vivir y morir en la fe y obediencia a su santa palabra y en la unión de la Santa Iglesia Católica."

Por lo tanto, aquella persona y, en general, quien así actúe, que haya entrado en la Casa de Dios tras la proclamación del Credo no se ha preparado con el sacerdote como si estuviera en la presencia de Dios, no ha tenido en cuenta lo que supuso la venida de Cristo al mundo o, por último, no ha tenido para nada en cuenta los textos de las Sagradas Escrituras leídos porque, sencillamente, allí no ha estado presente.

Conviene, para que nadie se lleve a engaño, saber que el número 2042 del Catecismo de la Iglesia Católica recoge, como el primero de los cinco mandamientos de la Iglesia el que dice que hay que "oír misa entera los domingos y demás fiestas de precepto" porque es considerado como importante que el Sacramento del que nace, seguramente, toda la vida espiritual del católico, se tenga en cuenta, en la vida ordinaria, como importante y vital.

En fin… podríamos preguntar lo siguiente:

¿Qué es para tal persona la Santa Misa? ¿Qué valor da tal persona a la Santa Misa? ¿Qué importancia le da al sacrificio de Cristo? En fin… ¿es tal forma de vivir la Santa Misa una, que lo sea válida espiritualmente hablando?

Y todo esto no hace más que poner el dedo en la llaga de la poca comprensión que se puede llegar a tener hacia el sacrificio de Cristo y hacia lo que supone para nosotros, hermanos suyos que, como hijos de Dios, sólo podemos amar una forma de ser como la de quien, por sus amigos, dio hasta la vida.

Es posible que alguien pueda decir que es suficiente con estar presente desde que se produce el ofertorio hasta la comunión del sacerdote o, lo que es lo mismo, en la llamada "parte sacrificial". Sin embargo, resulta difícil creer que alguien que haya estado ausente en todo lo anterior y, luego, ponga tierra de por medio antes de que se le dé la bendición, pueda creer, en conciencia, que ha hecho bien las cosas. Y si, de verdad, así lo tiene por bueno y benéfico para su alma… Dios tenga compasión de un alma a la que le falta alimento espiritual y se conforma con no gozar con todo el que se le ofrece.

Y para mí eso es despreciar, mucho, el regalo de la Santa Misa.