"NADIE PUEDE TENER A DIOS POR PADRE SI NO TIENE A MARÍA POR MADRE"

En este año de la Misericordia, en que también se habla con muchísimo énfasis de la unidad de todos los hombres, yo echo mucho de menos la mención del papel fundamental de la Madre de Dios en esta tarea: así como ha sido primordial su papel en la Encarnación y en toda la historia de la Salvación, ¿podremos hoy esperar una "fraternidad universal" sin mención de la Madre? ¿O será que para algunos Ella se ha ido convirtiendo, aunque no lo admitan, en un verdadero obstáculo…?

En efecto, hace ya tiempo que aquí, allá y acullá, vemos difundirse el grave error de que todos somos hijos de Dios, sin importar la fe profesada, en franca contradicción con lo que nos enseña el Catecismo  de la Iglesia Católica.

1243. El nuevo bautizado es ahora hijo de Dios en el Hijo Único. Puede ya decir la oración de los hijos de Dios: el Padre Nuestro.

1265. El Bautismo no solamente purifica de todos los pecados, hace también del neófito "una nueva creatura" (2 Co 5,17), un hijo adoptivo de Dios (cf Ga 4,5-7) que ha sido hecho "partícipe de la naturaleza divina" (2 P 1,4), miembro de Cristo (cf 1 Co 6,15; 12,27), coheredero con Él (Rm 8,17) y templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6,19).

Y aunque a los devotos del "pegamento espiritual" parece no interesarles ya el Catecismo -quizá porque creen que contiene muchas "fórmulas complicadas" que sólo crean distancias o vallas entre los hombres…- lo cierto es que la Verdad divide aguas, define, delimita, pero siempre ilumina y consuela.  Y como brújula inquebrantable, allí está la Cruz, y a su lado, la Madre de Dios, legado mayúsculo de la Verdad hecha carne.

Ante la pretensión de un deseo vago de universalismo buenista, sin condiciones, nos topamos entonces con la serena y clara afirmación de varios santos: No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a María Santísima por Madre,  así explicado por San Luis M. de Montfort:

"Dios Padre quiere formarse hijos por medio de María hasta la consumación del mundo […]

Así como en la generación natural y corporal concurren el padre y la madre, también en la generación sobrenatural y espiritual hay un Padre, que es Dios, y una Madre, que es María.  Todos los verdaderos hijos de Dios y predestinados tienen a Dios por Padre y a María por Madre. Y quien no tenga a María por Madre, tampoco tiene a Dios por Padre.

Por esto los réprobos como los herejes, cismáticos, etc., que odian o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen no tienen a Dios por Padre aunque se jacten de ello porque no tienen a María por Madre. Que si la tuviesen por tal, la amarían y honrarían, como el buen hijo ama y honra naturalmente a la madre que le dio la vida.

La señal más infalible y segura para distinguir a un hereje, a un hombre de perversa doctrina, a un réprobo de un predestinado, es que el hereje y el réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor procuran disminuir con sus palabras y ejemplos, abierta u ocultamente y, a veces, con pretextos aparentemente válidos. ¡Ay! Dios Padre no ha dicho a María que establezca en ellos su morada porque son los Esaús".  (San Luis M. Grignon de Montfort, Tratado de la Verdadera Devoción, nº 29-30)

Sorprende y entristece, pues, que mientras los propulsores del diálogo interreligioso no vacilan en señalar supuestos méritos que harían digna de ser "celebrada" la Reforma Protestante, pasando por alto la mayúscula obra de desintegración que trajo al pueblo cristiano, por otra parte callan las insuperables bendiciones que Dios da a través de Su Madre a todos los hombres, por un criterio que no parece obedecer a conveniencias teológicas sino de prudencia tal vez demasiado humana, y que no constituye una virtud, sino lo contrario. Es lo que sucede por ejemplo, con el esperado dogma de Corredención de Nuestra Señora, punto incómodo sobre el cual se ha tendido un manto de silencio, justificado por las presuntas inconveniencias que este tema traería para el acercamiento -¿de o hacia?- las demás religiones.

Es escandaloso el abismo cada vez mayor, entre la minimización de los méritos de la Reina del Universo y la magnificación de los "aportes" que los herejes han dado a la Historia de la Iglesia y de la humanidad.  ¿Puede agradar a Dios esta tan desproporcionada injusticia, sin provocar inclusive Su justísima ira?

No acusaríamos a Léon Bloy de falta de amor o de misericordia con quien sería luego su esposa, y sin embargo no vacilaba en hablarle en estos términos:

"Mientras no conozcas a María, ni le hayas consagrado tu corazón, andarás entre tinieblas; porque en ella y por ella únicamente puede ser alcanzado el Espíritu Santo… Guarda en lo íntimo de tu alma la excepcional enseñanza que te doy, porque ella te hará brillar ante los ojos del Señor como antorcha encendida. Acabarás por sentir y comprender cómo, habiendo sido dado al mundo Cristo Redentor, el Verbo hecho carne, por medio de su Madre, María, es necesario que también nosotros que somos miembros y hermanos de Cristo, seamos engendrados por ella, no según la carne, sino según el Espíritu. La Iglesia, cuyas enseñanzas encierran tantos misterios, pues está obligada a hablarnos como Dios mismo nos ha hablado, enseña que nadie recibe ni gracia, ni fortaleza, ni amor, ni nada, absolutamente nada, sino por medio de María —esto es, por amor de Dios y por su gloria—, y en esto veo una admirable y sublime verdad. Ahora, si me preguntas cómo es posible que María, que es una verdadera mujer, o mejor dicho la verdadera Mujer, esté tan compenetrada con la tercera persona divina de la Santísima Trinidad, no tendré más remedio que dejarte sin respuesta. No soy confidente de la Trinidad beatífica. Pero sé de manera absoluta, infinitamente segura, que ello es así. La Iglesia, siempre misteriosa, llama a María Esposa del Espíritu Santo. Este concepto no nos da mucha luz, pero nos permite suponer una importancia y dignidad inefables en la Madre del Hijo de Dios" (Léon Bloy, "Cartas a su novia",. Stock, 1922. -Cuando su prometida aún no se había convertido de "las frías regiones de la herejía" protestante-).

Por todo esto, tal vez debamos profundizar mejor el misterio de la filiación mariana de los hijos de Dios, que no es algo facultativo, de mera piedad, que puede "sentirse" o no, sino que toca el meollo mismo de nuestra fe en la redención.

¿Cómo postergar u ocultar, en el Año de la Misericordia, la predicación del PRINCIPAL y más excelso medio de misericordia que Dios ha puesto para sus hijos, que es su Madre misma?

"Lo que sucede es que nosotros buscamos la salvación de todos los hombres"... dirán algunos.

Entendido, pero ¿hasta dónde podemos decir que alcanzará la salvación quien no la desee? ¿Y hasta dónde puede desearse ésta, si se rechaza o menosprecia uno de los medios más valiosos que el mismo Dios pone a nuestro alcance para ello? ¿Cómo puedo sostener seriamente mi confianza en realizar con Alguien un viaje cuyo vehículo desdeño empecinadamente? ¿Viajaré por la pura afirmación de mi voluntad? … ¿En serio?

"Vamos! Empujemos todos fuertemente esa pared, que ya la derribaremos, hombre! Querer es poder!"…

Parece risible, pero cuando la necedad se hace herejía o apostasía, no sabemos si reír o llorar…

Es lamentable que cuando se trata de buscar la hermandad entre todos los hombres, se pase por alto el fundamento de esa hermandad, que no puede estar sino en un mismo Padre y Madre (nos preguntamos si los caprichos de la ideología de género, que suponen la viabilidad de una filiación artificiosa, por "decreto", habrán salpicado el sentido común de más de uno, llevando el planteo al orden espiritual…)

Dios no es caprichoso, y porque no ha querido dejar a sus hijos sin Madre, no verá con buenos ojos que nosotros la consideremos como algo completamente "prescindible" o demasiado trillado, que ya no es necesario recordar…

San Juan Pablo II, advertía a propósito de los esfuerzos por la unidad de los cristianos, que:

Es necesario que los cristianos profundicen en sí mismos y en cada una de sus comunidades aquella « obediencia de la fe », de la que María es el primer y más claro ejemplo (…)

Los cristianos saben que su unidad se conseguirá verdaderamente sólo si se funda en la unidad de su fe. Ellos deben resolver discrepancias de doctrina no leves sobre el misterio y ministerio de la Iglesia, y a veces también sobre la función de María en la obra de la salvación. (Redemptoris Mater, n.29-30)

En la exhaustiva obra Mariología Bíblica, el p. Stefano Manelli va desgranando prolijamente una cadena de textos para acercarnos al misterio de la Maternidad Corredentora de María Santísima como una verdad que debería estar en el corazón de la fe de los hijos de Dios, especialmente en los tiempos recios que nos toca transitar.

Refiriéndose al pasaje Jn. 19, 25 – 27,  recuerda también la Redemptoris Mater:

Escribe el Santo Padre: "Si el pasaje del Evangelio de Juan sobre el acontecimiento de Caná presenta la Maternidad presurosa de María en el inicio de la actividad mesiánica de Cristo, otro pasaje del mismo Evangelio confirma esta Maternidad en la economía salvífica de la gracia en el momento culminante, es decir, cuando se cumple el sacrificio de la Cruz de Cristo, su misterio pascual. (…)".

Jesús pone de relieve un nuevo lazo entre Madre e Hijo, y confirma solemnemente toda la verdad y toda la realidad del mismo. Se puede decir que, si ya anteriormente la Maternidad de María respecto de los hombres había sido delineada, ahora está claramente precisada y establecida: Ella emerge de la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor. La Madre de Cristo, encontrándose directamente bajo el rayo luminoso de este misterio que comprende al hombre  -todos y cada uno-, es dada al hombre –a todos y cada uno-  como Madre.  Este hombre a los pies de la Cruz es Juan, "el discípulo que Él amaba". Sin embargo, no está él solo. Siguiendo la Tradición, el Concilio no duda en llamar a María "Madre de Cristo y Madre de los hombres": (…)

Por consiguiente, esta "nueva Maternidad de María", nacida de la fe, es fruto del "nuevo" amor, que madurará en Ella definitivamente a los pies de la Cruz, mediante su participación en el amor redentor del Hijo.

A lo largo de los párrafos que siguen, pues, observamos la estrecha relación entre la maternidad mariana y la misión maternal de la Iglesia, tendiente a conducir a todos los hombres a la Salvación.

-La maternidad de María: cumplimiento de la antigua Promesa:

Nos encontramos así en el centro mismo del cumplimiento de la promesa, contenida en el Protoevangelio: "La estirpe de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente" (cf. Gén. 3, 15). Jesucristo, de hecho, con su muerte redentora vence el mal del pecado y de la muerte en sus mismas raíces. Es significativo que, dirigiéndose a la Madre desde lo alto de la Cruz, la llama "mujer" y le dice: "Mujer, he allí tu hijo".

Con el mismo término, además, se había dirigido a Ella también en Caná (cf. Jn. 2, 4). ¿Cómo dudar que especialmente ahora, sobre el Gólgota, esta frase toque en profundidad el misterio de María, alcanzando el singular puesto que Ella tiene en toda la economía de la salvación?.  Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la Cruz significan que la Maternidad de la que lo engendró encuentra una "nueva" continuación en la Iglesia y mediante la Iglesia, simbolizada y representada por Juan. En este modo, aquella que, como "la llena de gracia", ha sido introducida en el misterio de Cristo para ser su Madre, es decir, la Santa Madre de Dios, mediante  la Iglesia  permanece en aquel misterio como la "mujer" indicada en el libro del Génesis (3, 15) al comienzo de la historia de la salvación, y en el Apocalipsis (12, 1) al final." (nn. 23, 24).                      

"Estaba junto a la cruz de Jesús su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena. Entonces Jesús, viendo a la madre y junto a ella al discípulo que Él amaba, dijo a la madre:'Mujer, he ahí a tu hijo!'" (vv. 25-26).

El contenido fundamental de este fragmento evangélico de Juan es la Maternidad espiritual y universal de María. Sobre el Calvario, al pie de la Cruz, la Maternidad divina de María, con los "dolores" de un parto dolorosísimo, muestra su extensión a todos los redimidos, hermanos de Cristo "el Primogénito" (Rom. 8, 29)  (…)

La escena descripta, altamente dramática, tiene el significado del testamento último de Jesús, supremo y final acto de amor que lleva a cumplimiento el plan salvífico de toda la humanidad, teniendo cerca y unida a sí a la divina Madre al pie de la Cruz.

Este significado de cumplimiento final está expresado también por el contexto más inmediato del fragmento. A las palabras dichas por Jesús a María y a Juan, de hecho, sigue inmediatamente la perícopa en la cual el evangelista dice que  para Jesús "todo estaba ya cumplido". Jesús llevaba a cumplimiento la obra salvífica del género humano poniéndonos bajo la protección de María y dándonos a María.

Artículo publicado en InFoCatólica, donde María Virginia tiene un post regular.

Continuará, Dios mediante, en la siguiente edición... No se la pierda.