El Tema de las modas es siempre incomodo tocarlo, pero necesario. Como decía Santa Catalina de Siena: "Basta ya de silencios, gritad con cien mil lenguas, porque por haberlo callado el mundo está podrido". O como lo decía el Ángel a San Juan Bosco: "Predica siempre y en todas partes contra la inmodestia".

Pues bien, sobre este tema de la inmodestia en el vestir, nos dicen unánimemente los psicólogos y psiquiatras "que todo el cuerpo de la mujer, excepto cara, manos y pies, produce en el varón impactos sensual-sexual". Es un axioma incuestionable. Son impactos instintivos, puestos lógicamente por Dios en la naturaleza, en orden a la procreación y perpetuación de la especie humana.

El problema es que el Señor en el Evangelio, dice: "Oísteis que se dijo a los antiguos: No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer con deseo, ya adulteró con ella en su corazón" (Mt. 5,27-30). El Señor no prohibió absolutamente el mirar, sino el mirar con deseo impuro a la mujer no propia. No dijo tampoco el que mirare, sino el que mirare para codiciarla. Es decir, todo el que busca voluntariamente excitar su deseo, el que sin necesidad ninguna mete a esta fiera de la concupiscencia en su alma, ya adulteró con ella en su corazón.

El Señor prohíbe aquí hasta el mal deseo del corazón, y lo prohíbe con unas palabras que directamente se refieren al adulterio; pero el principio, que va implícito en esta doctrina, le da un alcance que comprende todos los deseos deshonestos. El Señor da una doctrina general, que bastaba para los que quisieran entenderlo con buena voluntad, y que después había de irse completando con determinaciones más particulares y precisas, en su propia predicación y en las predicaciones de los apóstoles. Así lo entendió siempre la tradición eclesiástica, que es legítimo intérprete de las Sagradas Escrituras.

A San Juan Crisóstomo, le preguntó, en cierta ocasión, un joven soltero: "¿Y si miro, y tengo deseos impuros, pero nada hago malo?". Y San Juan Crisóstomo, contestó: "Pues, aun así, estás ya entre los adúlteros". Y siguió preguntando el joven: "¿Y si me detengo a mirar, pero no soy prendido por el mal deseo?". Y San Juan Crisóstomo, doctor de la Iglesia, replicó: "No, también esa mirada la castiga el Señor, no sea que fiándote de esa seguridad, vengas a caer en el pecado. Porque mirando así, una, dos y hasta tres veces, pudiera ser que te contengas; pero si lo haces de continuo, absolutamente seguro que serás cogido por el deseo impuro, pues no estamos ni tú ni yo por encima de la naturaleza humana".

El Señor habla aquí del hombre que mira con mal deseo a una mujer, y dice que, si el hombre mira con mal deseo a una mujer, ya ha cometido adulterio en su corazón. Aunque estas palabras no se refieren a la mujer, que ciertamente también se refieren, nosotros podríamos argumentar así: Si el Señor castiga de esa manera al hombre que mira con mal deseo a una mujer, ¿qué dirá de la mujer que inventa todas las artes posibles para hacer que el hombre la mire con ese mal deseo? Por lo cual se ve muy claro que cosas que se tienen por meras formas de vanidad femenina, por ligereza sin importancia, son algo más.