Sólo oía una frase: « Haz todo lo que te diga... Mi Hijo... »

Dos semanas más tarde, llamé a la puerta del noviciado de la Sociedad de Cristo. Jesús no decía "Sígueme", ni nada parecido. No oía su voz. Pero sentía que no había otro camino. Otro "aborto" se hizo sacerdote.

Benedicto XVI recuerda el sacerdocio a la Iglesia. Recuerda a los sacerdotes que "han sido elegidos de entre el pueblo, constituidos para el servicio de Dios". Desde los tiempos de Cristo, todo sigue igual. Hay entre nosotros apóstoles natos. Vestido de sotana negra y de hábito, encontraremos a un Pedro de palabras más veloces que el pensamiento. También encontraremos a un Juan apoyando la cabeza en el pecho del Maestro durante la Eucaristía. Y cuántos Tomases hay entre nosotros, a la espera de pruebas, llorando en la noche y susurrando: "Señor mío y Dios mío". De vez en cuando, también aparecerá un Judas: amante de las piezas de plata, suicida espiritual, maestro de la traición y de los besos falsos...

El Sacramento del sacerdocio es un signo visible de una gracia invisible. Es una prueba más de lo que comenta San Pablo en la primera Carta a los Corintios: « lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los poderosos » (1 Cor 1, 27).

Hoy os pido, queridos, que recéis, por nosotros, los sacerdotes. Pido a  cada uno de vosotros: luchad junto a nosotros por nuestra fidelidad a la vocación.

Sin vosotros, nuestras manos no serán capaces de levantar el peso de Dios en la Hostia blanca... sin vuestras oraciones, nuestro camino puede convertirse en una pesadilla... si no os acordáis de nosotros, perderemos la fidelidad a nuestra vocación... Sin vosotros, no seremos nunca sacerdotes santos... Rezad por nosotros… Revista Amaos