Conversa y fundadora de escuelas católicas

Al igual que san John Henry Newman, obispo en Gran Bretaña, Elisabeth Anne Seton (1774-1821) nació en la fe anglicana, pero más tarde se convirtió al catolicismo, descubriendo que era la única religión fundada por Jesucristo. Al igual que Santa María de la Encarnación, monja canadiense que fundó una comunidad de hermanas educadoras, también fundó en Baltimore las Hermanas de la Caridad de San José (que hoy cuentan con unos 14.000 miembros en noventa países), dando así origen al sistema de escuelas parroquiales católicas en Estados Unidos.

Santa Isabel Ana SetonEs una gran ventaja para una nación tener escuelas católicas, mientras que las escuelas estatales han alejado a Dios, produciendo generaciones de pequeños incrédulos. La única opción que queda es confiar en los padres para que transmitan la fe a sus hijos, ¡pero ahora incluso la mayoría de los padres no han recibido ninguna formación religiosa! 

Canonizada el 14 de septiembre de 1975 por el Papa San Pablo VI, Elisabeth Anne Seton se convirtió en la primera persona nacida en los Estados Unidos de América elevada al rango de santa en la Iglesia católica. He aquí un resumen de su vida, publicado en la carta de noviembre de 2021 de la Abbaye Saint-Joseph de Clairval (www.clairval.com):

Dar alimento a los pobres

Isabel Ana Bayley nace en Nueva York el 28 de agosto  de 1774, siendo la segunda hija del médico cirujano Richard Bayley y de Catherine Charlton. Ambos descienden de familias que dieron origen al primer asentamiento británico de la ciudad. Richard fue el principal oficial médico del puerto de Nueva York y se encargaba de los inmigrantes que pasaban un control médico y permanecian en cuarentena en la isla de Staten. También curaba a los habitantes de la ciudad, especialmente cuando habia epidemias, como la de la fiebre amarilla. 

El abuelo materno de Isabel fue rector de la iglesia episcopaliana de San Andrés de Staten durante treinta años. La joven fue educada en el seno de la iglesia episcopaliana (forma americana del anglicanismo) durante los años siguientes a la independencia de los Estados Unidos. Cuando pierde a su madre, en 1777, solo tenia tres años. Un tiempo después su padre contrae matrimonio en segundas nupcias con Charlotte Amelia Barclay, quien participa en las obras de caridad de su iglesia y la  lleva con ella, para entregar comida y ropa a los pobres. 

Tras el nacimiento de su quinto hijo, la pareja se separa. El señor Bayley decide ir a Londres para perfeccionar sus estudios, así que, acogidas en casa de un tío materno, Isabel y su hermana viven momentos difíciles, a falta de una madre. En su diario, la joven anota sin embargo reflexiones sobre la belleza de la naturaleza y de la música, aunque también hay aspiraciones espirituales y religiosas. Le gustaba montar a caballo y llegó a ser una buena pianista.

Isabel Ana Bayley - William SetonLos dos recién casados

En 1794 Isabel se casa con William Seton, rico  y comerciante de veinticinco años de edad. Por su profesión viajaba a Europa y tenía amigos hasta en Italia. Poco después de casarse, los jóvenes esposos se mudan a una hermosa casa de Wall Street, uno de los barrios más ricos de Nueva York. La familia de William profesa la fe episcopaliana y, en compañía de su cuñada Rebecca, Isabel continúa las rondas de caridad inauguradas hacía tiempo con su suegra, llegando incluso a asistir a moribundos pobres en sus últimos instantes. Se convierte en tesorera de esa obra de beneficencia. 

Los esposos Seton llegan a tener cinco hijos y, además, acogen en su casa a los seis hermanos y hermanas pequeños de William. Pero los conflictos entre Francia e Inglaterra, y después entre los Estados Unidos e Inglaterra, les ocasionan serios reveses de fortuna, llegando a perder la casa. La salud de William, quien padecia tuberculosis desde mucho tiempo, empeora, y los médicos les aconsejan una estancia en Italia. Isabel y su hija mayor, Anne, de ocho años, le acompañan. 

Isabel Ana Seton con su hija Anne SetonIsabel con su hija Anne

Llegados a Livorno, el 18 de noviembre de 1803, procedentes de Nueva York donde hay fiebre amarilla, son puestos en cuarentena en un lazareto miserable. Isabel escribe en su diario: « No solamente estoy decidida a llevar la cruz, sino que la he besado. En ese momento, mientras daba gloria a Dios por sus consuelos, William padece una crisis que casi supera sus fuerzas » Y añade después: « Tras el silencio de la noche he rezado sola nuestro pequeño oficio, lo que William no ha podido hacer hoy ». Ese oficio contenía oraciones de la mañana y de la tarde que los esposos habían compuesto buscando en los raros libros anglicanos de que disponían. 

Isabel vive esa cuarentena en medio de una oración consolada: « Considero mi situación como un tesoro. Si bien mi cuerpo está encarcelado, mi alma está en libertad, en un estado tal de libertad que, mientras este cuerpo y esta alma estén unidos en este mundo, quizás no conozca nada parecido ». Incluso la pequeña Anne parece transportada espiritualmente a regiones que no son propias de su edad, pero entiende muy bien que su padre se está muriendo. Durante la lectura de la encarcelación de san Juan Bautista, ella le dice: « Sí, papá, Herodes lo encarceló, pero Herodías lo dejó libre. —No, cariño, mandó que le cortaran la cabeza. —¡ Claro, papá, hizo que saliera de la cárcel y lo envió con Dios! ».

Un profundo deseo de Cristo

El 17 de diciembre termina la cuarentena, pero William se encuentra agotado. No obstante, la belleza del paisaje durante el viaje a Pisa le devuelve la sonrisa. Unos amigos, los Filicchi, les han preparado una cómoda casa en esa ciudad. Sin embargo, la enfermedad de William arremete de nuevo y pide recibir el "sacramento". Los Seton carecen de los sacramentos de la Iglesia Católica, Eucaristía y Unción de los enfermos, pero siguen las prácticas recibidas en su iglesia: con toda devoción, Isabel vierte un poco de vino en un vaso mientras reza unas plegarias, y luego beben uno tras otro de esa copa de acción de gracias mientras dirigen sus miradas hacia la eternidad. Ese gesto evoca la primera copa de acción de gracias que JESÚS ofreció a sus apóstoles (Lc 22, 17-18).

Un profundo deseo de Cristo brota de los corazones de Isabel y de su marido. El día de Navidad reciben la visita del capitán del barco que los había traído, al cual William confía a su mujer para que la lleve de vuelta a los Estados Unidos. Esa petición de su esposo moribundo conmueve profundamente a Isabel. William entrega su alma a Dios el 27 de diciembre con estas palabras: « ¡ Cristo JESÚS, ten piedad de mí! ¡ Y recíbeme! ¡ Cristo JESÚS…! ».

Los hermanos Filicchi, Filippo y Antonio, socios de William en los negocios, son verdaderos amigos: se encargan espontáneamente de todas las formalidades para las exequias y acogen en su casa a Isabel y a su hija. Ese primer contacto con familias católicas impresiona sobremanera a la joven viuda. Los Filicchi los llevan a Florencia, ciudad de arte incomparable en medio de su entorno de naturaleza toscana. 

En contacto con los tesoros de la naturaleza y del arte, Isabel recobra el gusto por la vida, aunque no por ello olvida a su querido esposo. Al mismo tiempo se sorprende de sentir una atracción profunda por el recogimiento de una asamblea católica: « Caí de rodillas en el primer sitio libre y vertí un río de lágrimas ». Demasiado inteligente y sincera con sí misma como para sofocar esas nuevas sensaciones, pregunta a los Filicchi acerca de la diferencia entre las confesiones católica y episcopaliana. Antonio le responde con sencillez: « Una sola es la verdadera, y sin ella no se puede agradar a Dios ». 

Esa clara afirmación forja, en poco tiempo, un largo camino en el alma de Isabel. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo —afirma san Pablo (Ef 4, 5). De hecho, « El Señor JESÚS, único salvador, no estableció una simple comunidad de discípulos, sino que constituyó a la Iglesia como misterio salvífico… Los fieles están obligados a profesar que existe una  continuidad histórica —radicada en la sucesión apostólica— entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia Católica : esta es la única Iglesia de Cristo » (Congregación para la doctrina de la Fe, documento Dominus Iesus, 6 de agosto de 2000). Antonio había cumplido el deber de los laicos cristianos:  ser  colaboradores  de  la  verdad (3 Jn 8). Tal como afirma santo Tomás de Aquino, « Enseñar a alguien para traerlo a la fe es tarea de todo creyente », quien cumple de ese modo una obra de misericordia  espiritual  (cf. Catecismo  de la Iglesia Católica, CEC, núm. 904 y 2447).

Hacer la señal de la Cruz

Santa Isabel Seton« Sólo busco a Dios y a su Iglesia ; espero la paz de ese lado y en absoluto del lado de los hombres. »

Santa Isabel Seton

El 18 de febrero de 1804, la joven viuda y su hija se embarcan para su viaje de regreso a América. Isabel lleva el hábito de las viudas toscanas, que a partir de entonces será el de las religiosas que fundará. Los Filicchi las acompañan hasta el muelle; con gran delicadeza, le hacen aceptar el dinero que necesitará en el inmediato futuro. Pero Anne, y después su madre, aquejadas ambas de escarlatina, deben retrasar su partida. 

Los Filicchi aprovechan esa demora para hablar de religión con la joven, quien percibe cada vez más la solidez de la fe católica: « Poseen a Dios en el Sacramento —se dice ella—… Permanece en sus iglesias. El otro día, en un momento de extrema angustia, en el instante en que pasaba el Santísimo, caí de rodillas… grité a Dios que me bendijera, si Él estaba allí ». Experimenta igualmente la maternidad de la Virgen: « ¡ Qué, mediante su Madre, podamos hallarlo con más seguridad! ». Los hermanos la acompañan, maravillados de las gracias que Dios le concede: « Antonio —dice ella— me enseñó a hacer la señal de la Cruz y con qué espíritu hacerlo ».

Al llegar a Nueva York, el 4 de junio, toda la familia está allí excepto la cuñada Rebecca, que se está muriendo de tuberculosis. Isabel le explica su fe en la Iglesia Católica, que Rebecca acoge plenamente antes de morir, henchida de gozo, el 18 de julio. En contrapartida, Isabel provoca una tormenta en el entorno episcopaliano, para el cual la fe va unida a una especie de patriotismo religioso. En esa fase dolorosa, Isabel recibe la ayuda del padre Cheverus, sacerdote adscrito a la misión de Boston. Tras regresar de un viaje a Irlanda, este encuentra una nota de Isabel expresando su disposición a dar el paso definitivo: « Sólo busco a Dios y a su Iglesia; espero la paz de ese lado y en absoluto del lado de los hombres ».

En febrero de 1805 Isabel entra por primera vez en la modesta iglesia católica de Nueva York, por entonces la única en esa ciudad y dedicada a san Pedro. Las leyes anticatólicas, heredadas de la Iglesia de Inglaterra, acaban de ser abolidas unos pocos años antes, y la comunidad católica es muy restringida, compuesta sobre todo por emigrados irlandeses. La joven se desahoga ante el sagrario: « ¡ Ah, Dios mío! ¡ Déjame permanecer aquí! ». 

Su adhesión formal al catolicismo tiene lugar el 14 de marzo siguiente, entre las manos del padre Matthew O'Brien, dominico irlandés; enseguida recibe la Eucaristía, que se convierte en su alimento diario. Ahora, tras haber sentido en Italia el punzante pesar de no poder comulgar, se regocija: « ¡ Qué radiante está el sol en esta hora matinal en que salgo cada día para prepararme a esta Sagrada Comunión! ». Un año más tarde recibe el sacramento de la Confirmación de manos de Monseñor John Caroll, primer obispo de la primera diócesis erigida en los Estados Unidos, en Baltimore en 1798. Con ocasión de ello, la joven viuda confía al obispo su deseo de llevar una vida dedicada completamente al Señor.

¿Cómo enseñar a las demás?

Poco a poco Isabel se separa de sus antiguos amigos  episcopalianos, que no admiten su conversión; sin embargo, hay algunos que se convierten, entre los cuales hay varios hijos de su familia política. Con motivo de su conversión, una joven se ve en la obligación de abandonar incluso su hogar paterno y refugiarse en casa de Isabel. Esta funda una academia para chicas jóvenes, pero su conversión al catolicismo le supone perder a todas las alumnas. 

Se plantea emigrar a Canadá, donde los católicos son más numerosos. No obstante, Monseñor Caroll y el padre Cheverus, que desean fundar centros católicos, lo tienen en cuenta. En 1807 el Papa ha erigido cuatro nuevas diócesis en los Estados Unidos, haciendo de Baltimore su metrópolis. Una vez nombrado arzobispo, Monseñor Caroll decide crear el primer seminario norteamericano en Mont-SainteMarie. El padre Louis Du Bourg, sacerdote sulpiciano francés, que funda entonces una escuela católica cerca del nuevo seminario, conversa con la joven viuda sobre la creación de una escuela para niñas que ella podría dirigir. Tras reflexionar y consultarlo, Isabel acepta y se desplaza a Baltimore.

A partir de septiembre de 1808 la escuela abre sus puertas, con las hijas de la señora Seton y cuatro internas. En enero de 1809 le confían a otras niñas para preparar su primera Comunión. Sin embargo, el padre Du Bourg tiene expectativas más profundas, ya que, respondiendo a los deseos de Isabel, la inicia en la vida religiosa. Otras jóvenes se unen a la incipiente obra, estableciéndose una vida regular. Incluso empiezan a llamar "madre" a Isabel. Arrodillándose ante el pequeño grupo de sus nuevas hijas, la madre Seton les dice: « ¿Cómo enseñar a las demás, yo que tan poco me conozco a mí misma, que soy tan miserable e imperfecta? ». Sin embargo, confiando en el poder de la gracia de Dios, dirá: « Sabemos con certeza que Dios nos llama a una vida de santidad. Sabemos que nos concede todas las gracias necesarias en abundancia. Así pues, aunque por nosotras mismas seamos tan débiles, esa gracia puede llevarnos a vencer todos los obstáculos ».

Las hermanas adoptan un hábito uniforme, el que la fundadora lleva desde su regreso de Italia. El padre Du Bourg es nombrado superior eclesiástico. El 2 de junio de 1809 cuatro hermanas con hábito aparecen por primera vez en público y con la madre Seton, quien profesa, sola, sus primeros votos de obediencia, castidad y pobreza entre las manos de Monseñor Caroll. Acaba de nacer la primera congregación femenina en tierra norteamericana. Su lema reúne tres frases del Nuevo Testamento: El amor de Cristo nos apremia (2 Co 5, 14) — Se anuncia a los pobres la Buena Nueva (Mt 11, 5) — Un solo corazón y una sola alma (Hch 4, 32).

Tras convertirse al catolicismo, la joven cuñada de Isabel, Cecilia Seton, se presenta entonces para entrar en la comunidad. Es acogida con gozo, a pesar de su delicado estado de salud. Su llegada acelera la realización del proyecto de trasladar la comunidad a una propiedad adquirida en la montaña, donde el aire es más sano, concretamente en Emmitsburg (Maryland), a setenta y cinco kilómetros de Baltimore. La mudanza tiene lugar en 1809, pero la casa no está preparada para acoger a las hermanas, que se hacinan provisionalmente en el alojamiento del padre Dubois, otro sulpiciano y responsable de la misión local. 

Al principio deben bajar al río para lavar la ropa, pero lo importante para la madre es que se cumpla la voluntad de Dios: « El primer objetivo que os propongo en nuestras tareas diarias es cumplir la voluntad de Dios, después cumplirla como él quiere y, finalmente, cumplirla porque es la voluntad de Dios ». Dios, en efecto, que nos ama infinitamente, dirige todos los acontecimientos mediante su Providencia y en todas las cosas interviene para bien de los que le aman (Rm 8, 28). 

La madre Isabel se apresura en construir una escuela, con internado y alojamiento para las hermanas. Los Filicchi subvencionan generosamente sus obras desde Italia; ella les escribe con frecuencia, y un día llega incluso a preguntarles, con total naturalidad, con qué cantidad de dinero puede contar. Recibe también la ayuda de un rico convertido, Samuel Cooper, quien ingresará después en el seminario de Mont-Sainte Marie y llegará a ser sacerdote. Un año más tarde aquella pequeña escuela se convierte en la Academia San José, dedicada a la educación de las jóvenes católicas.

Unas puertas bajas

Retrato de Isabel Ann SetonRetrato de Isabel Ann Seton por Amabilia Filicchi

Durante toda su vida religiosa la madre Isabel se  beneficia del apoyo de sus sucesivos confesores, sacerdotes sulpicianos. Esa ayuda le resulta especialmente preciosa cuando, en 1810, un nuevo superior eclesiástico, el padre David, también sulpiciano, es asignado para su Instituto. Durante varios meses la fundadora se enfrenta a la incomprensión de ese sacerdote, que pretende provocar su salida de la casa madre, pero pronto será substituido por el padre Dubois, con gran alivio de las hermanas. 

En 1811 la comunidad toma el nombre de Hermanas de la Caridad de San José y adopta la regla de los santos Vicente de Paul y Luisa de Marillac. Al igual que las hijas de san Vicente, las hermanas tienen « como claustro la obediencia y como reja el temor de Dios ». La madre las anima a la oración: « Debemos rezar sin cesar, en todos los casos y tareas de nuestra vida; esa oración es la costumbre de elevar nuestro corazón hacia Dios, en constante comunicación con Él ». Las conduce también a la humildad: « Las puertas del Cielo son bajas. Sólo los humildes pueden entrar ».

La fundadora tuvo que cargar con muchas cruces, debidas a incomprensiones internas, a la muerte de dos de sus hijas y de varias religiosas jóvenes. En presencia de esas pruebas ella reconoce: « La fe eleva el alma. La esperanza la sostiene. La experiencia dice que ello debe suceder. Y la caridad nos dice… ¡ que así sea! ¡ Que así sea! ». Se encontraba enferma desde hace tiempo y ella misma afirma que se va « por una pendiente muy suave e imperceptible hacia la querida eternidad. La destrucción de la naturaleza ya ha acortado tanto la perspectiva ante mis ojos que no puedo ver nada más allá del momento presente… Hago lo que puedo para mantenerme en el estrecho sendero que conduce solamente a Dios ».

Interiormente la madre Seton atraviesa una profunda crisis de aridez, de sequía e incluso de angustia. Nada se manifiesta exteriormente, pero las cartas a su director espiritual lo revelan. Ese sufrimiento no le impide escribir: « Cada vez que respiro intento que sea una incesante acción de gracias ». Recordando a sus amigas, les escribe: « Las circunstancias de la vida nos separan de nuestros amigos más queridos, pero no desesperemos, pues Dios es como un catalejo que permite que las almas se vean unas a otras. Cuanto más unidas estemos a Él por el amor, más cerca estamos de quienes le pertenecen ».

Hijos de la Iglesia

La madre Seton se encarga también de catequizar  a los niños del vecindario. Algunas niñas pobres acuden a la escuela, pero en 1812 la mayoría de las alumnas procede de las clases acomodadas, que asumen los gastos del internado y de la escolaridad. Muy pronto las proporciones se invertirán, de modo que habrá hasta cuarenta niñas pobres que reciban gratuitamente clases, libros y comidas. Las Hijas de la Caridad atienden ocasionalmente otras obras, como el cuidado de los pobres y de los enfermos. Pero el arzobispo de Baltimore pide pronto que se funde una casa en la ciudad episcopal. En 1814 la madre Seton envía una numerosa avanzada a Filadelfia. En 1817 la diócesis de Nueva York acoge también a un grupo de hermanas que, en un primer momento, cuidan a los numerosos huérfanos de la ciudad.

A principios del verano de 1820 la salud de la madre se deteriora: tos, migrañas y fiebre. Ante la insistencia del padre Dubois se empieza a construir un nuevo edificio en el convento escuela, y la madre debe sobrellevar la fatiga que supone vigilar las obras. Pronto se ve obligada a guardar cama, pero permanece fiel a seguir la regla lo mejor posible y a animar a las hermanas. A mediados de septiembre recibe el sacramento de la Extremaunción. Sin embargo, se produce una mejoría. La fiesta de Navidad se celebra con cierta angustia, pues todas saben que la superiora está moribunda. 

El 1 de enero comulga por última vez. Tras dar las gracias a todas las hermanas presentes les dice: « ¡ Sed hijas de la Iglesia! ¡ Sed hijas de la Iglesia! ». Una noche, una hermana que la está velando la oye pronunciar una frase de una oración que el Papa Pío VII acaba de redactar: « ¡ Que la muy justa, muy alta y muy amable voluntad de Dios sea en todas las cosas alabada, cumplida y exaltada, por encima de todo y por siempre ». 

Poco antes del alba del 4 de enero de 1821, a la edad de cuarenta y seis años, entrega el alma a Dios. Es enterrada en el cementerio de la comunidad, donde se encuentra actualmente el Santuario Nacional Santa Isabel Ana Seton. Junto a la madre Seton estaba presente su última hija, Catherine Seton (1800-1891), quien se hará religiosa en la Congregación irlandesa de las Hermanas de la Misericordia. En 1821 existian ya veinte casas en los Estados Unidos. Después, muchas de ellas, entre las cuales la de Nueva York, se convertirán en institutos distintos.

Santa Isabel Seton sufrió en su búsqueda de la verdad y también por permanecer fiel a esa reconocida verdad. Pertenecer a la Iglesia de Cristo fue para ella algo especialmente importante. ¡ Que nos conceda a nosotros también una gran fidelidad a la Iglesia, esposa de Cristo, y una dedicación cada vez más intensa a su servicio! v

Dom Jean-Bernard Marie Borie, Abad
y los monjes de la Abadía


Reproducido con permiso de la Abadía San José de Clairval, Francia, que publica una carta espiritual mensual sobre la vida de un santo. Dirección postal: Abbaye Saint-Joseph de Clairval, 21150 Flavigny sur Ozerain, Francia. Sitio web: www.clairval.com