Todas las religiones conocen la actividad llamada oración. En otras palabras, el hombre oraba desde siempre. Oraba a las fuerzas de la naturaleza, a sus elementos o a sus dioses inventados. Porque tenía la convicción de que existe algo o alguien, más poderoso que él, que disponía de fuerza y posibilidades  que traspasaban sus propias predisposiciones. La oración estaba marcada con miedo. Se trataba de domesticar a este ser más superior y más fuerte, incluso sobornarlo para que esté de su parte. Predominó la imagen de un dios que espera para satisfacer sus caprichos.

Todo cambió cuando el verdadero Dios entró en la historia del hombre. No era el hombre quien domesticaba a dios: era Dios quien amansaba al hombre. En el inicio, Dios quería convencer al hombre de que Él es muy cercano, que quiere su bien, que se preocupa de su bienestar y que el hombre es muy importante para Él.

Finalmente, al enviarnos a Su Hijo, nos reveló la más profunda verdad: que Él es nuestro Padre. De ahí que la única oración que nos enseño Jesús, comienza con las palabras "Padre nuestro", y nos muestra que la esencia de la oración es el encuentro con Dios, quien es Padre.

Tanto en la tradición judía como en la cristiana, la oración es la respuesta del hombre a la acción de Dios. Los salmos, los cánticos, los cantos, las letanías, las novenas, etc., son descripciones de la experiencia del hombre, que se encuentra con Dios en las especificas circunstancias de la vida. "Padre nuestro" es la más profunda y bella expresión de esta esencial experiencia.

Jesús también oraba, pero sobretodo en solitud. En esta oración se encontraba con el Padre. La oración es un encuentro. Debe ser verdadera, no falsa o superficial. Debe estar marcada con la confianza, es decir con una apertura a lo que Dios quiere decirnos. Por esto, la oración es también un diálogo, en el cuál tanto Dios como el hombre habla y escucha, expresando sus sentimientos, habla de sus experiencias concretas, compartiendo todo lo que tiene en su corazón. Dios nos habla a través de su palabra, a través de las personas, de los hechos de nuestra vida y por las inspiraciones. Podemos escucharle en nuestro corazón, bajo la condición, de que no vamos a estar concentrados únicamente sobre nosotros mismos. Es posible que rezando muchas oraciones…nunca oremos, nunca nos encontramos con Dios. Rezando centenarios de letanías, rosarios, leyendo salmos, podemos solo cumplir con nuestro deber, dando a Dios una limosna.

Podemos multiplicar nuestras oraciones como los paganos, sin completamente entrar en una relación con Dios. Todo depende de la imagen que tenemos de Dios. ¿Es Él, verdaderamente el Padre para nosotros? ¿Estamos encontrándonos con Él como la persona más cercana para nosotros? Puede ser que los múltiples ayunos, las ofrendas y las miles de palabras pronunciadas, no conmuevan a Dios, tanto como un sencillo y abierto corazón, el cuál se abre para que en pocas torpes palabras completamente se abandone en Él.

Si todas estas oraciones fluyen de nuestro corazón con un ardiente deseo de estar con Él, de permanecer frente a Él, de conformar nuestra vida de acuerdo con Su Voluntad, entonces Él lo acepta con complacencia. Al contrario, todo esto se convertiría en unas actividades vacías y en nada nos diferenciaríamos de los ciegos paganos que en su culto andan cegados por la vida y no saben porque.

La oración cristiana es la acción del Espíritu Santo en el hombre; el mismo Espíritu ora en nosotros, incluso cuando no somos capaces de orar (Rm 8,26). Sin oración el alma del hombre muere lentamente.