Hace unos meses, un amigo que suele ser muy sincero y frontal, además de discreto -cualidades que le admiro-, luego de mirar mi muro de facebook me escribió por privado:

"Che, no se como hay gente que comenta todo lo que pones! O sea, el "ay, si padrecito" no será mucho? No es sólo con vos, sino con todos los curas… hay una foto de un cura y zas!!! "Santazo" "gran cura" etc etc. Tendrías que escribir algo sobre el chupamedismo clerical… ¿nos hace bien?"

Con motivo de ese mensaje, y también recogiendo el "guante" que me dejó, fui descubriendo que lo que se reflejaba en las redes sociales era algo que procedía de un fondo mucho más profundo y amplio.

Y se me ocurre que en realidad era una suerte de patología eclesial, a la que me gustó bautizar "el sipadrismo".

Como es evidente, el nombre deriva de la conjunción del "sí" y del apelativo "padre" que, al menos en Argentina, suelen usar los fieles para dirigirse a los sacerdotes.

El sipadrismo puede ser padecido tanto por fieles como por consagrados respecto del cura de su parroquia, su obispo, su Superior o el mismo Papa.

Se manifiesta de múltiples maneras: desde la adulación persistente, ilimitada y acrítica a todo lo que el padre diga, pasando por poner "me gusta" a cada una de sus publicaciones de Facebook – aunque diga una soberana pavada o el fiel ni siquiera llegue a entender lo que puso, porque lo escribió en otro idioma que desconoce -, continuando por la imitación de todo lo que él haga, llegando hasta la defensa a ultranza del cura aún en casos evidentes de equivocaciones graves.

El sipadrismo se refleja en la vida apostólica en la aceptación inmediata y aplaudidora de todo lo que el sacerdote emprenda, proponga o enseñe, sin matices ni tamices de discernimiento personal.

El sipadrismo es peligroso sobre todo porque se logra camuflar bajo la apariencia de una virtud (la obediencia) y porque parece ofrecer una clave sencilla y práctica para mantener la unidad en las comunidades. Siempre estamos unidos y de acuerdo, claro, porque no está permitido disentir. Todo debe hacerse y todo debe pensarse "según el plan del padre."

Claro, si el "Padre" se refiriera al Padre Eterno, todo marcharía fantástico.

Pero darle esa autoridad absoluta a los padres temporales, que salimos ya con ese "título" siendo todavía algunas veces adolescentes, es mucho más riesgoso.

Cuando las decisiones del sacerdote atañen a cosas completamente opinables – como, por ejemplo, si el cura elige pintar la casa parroquial de verde fosforescente, o elige el día en que se dicta la charla prebautismal de acuerdo a sus hábitos deportivos- no hay demasiadas dificultades.

Pero cuando al sacerdote se le ocurriera, por ejemplo, introducir novedades (abusos) en la Liturgia, o predicara una fe que no es la de la Iglesia, o una moral fundamental o especial divergente con el Magisterio… la cosa cambia por completo.

El problema principal, creo yo radica en que un excesivo "consentimiento automático" por parte de los fieles, así como la frecuente adulación innecesaria, fácilmente pueden provocar en nosotros, los curas, una sensación de infalibilidad y favorecer la vanidad, desde la cual llegar a la soberbia y la prepotencia no es nada difícil.

Acostumbrados a escuchar sólo voces halagüeñas y canonizadoras – "cuánto sabe usted, padre… qué gran servidor de Dios que es…"- la posibilidad de creernos que verdaderamente somos así, es muy próxima.

El sipadrismo suele favorecer planes pastorales centrados en el sacerdote, apagar los diversos carismas que el Señor pueda suscitar, desembocar en una pastoral desequilibrada con el acento puesto sólo en las preferencias e inclinaciones del pastor… Puede suscitar, sobre todo, una cierta pasividad y falta de compromiso.

En algunos casos, incluso, el sipadrismo puede llevar a algunos fieles a no asumir personalmente opciones que claramente nos pide de modo personal el Señor, escudándose en que "el padre no me dijo nada" y en otros a echarle la culpa al "padre" de sus errores ya que delegamos en él nuestra facultad de decidir.

Y cómo un ulterior efecto negativo del sipadrismo, no es extraño que suscite en las personas alejadas de la vida eclesial una impresión negativa rayana a la alergia. Los no creyentes o no practicantes pueden llegar a pensar –asistiendo al espectáculo de zalamereadas y obsecuencias hiperbólicas- que algunos católicos hemos puesto más nuestra fe en los hombres que en Cristo mismo…

Frente al sipadrismo, ¿el nopadrismo?

Frente al sipadrismo –al que, reconozco, he caricaturizado un tanto, para que se vea más claramente de qué hablo-, ¿qué propongo yo? ¿Una especie de rebeldía metodológica? ¿Propongo que los fieles siempre ataquen, siempre critiquen, siempre se opongan a lo que el cura haga o diga?

De ninguna manera. Esta rebeldía u oposición dialéctica –de corte marxista o casi- es tanto o más dañina que el extremo anterior. La comunión de los fieles con su sacerdote, y de este y sus hermanos en el presbiterado con su obispo, y de todos con el Papa, es un valor irrenunciable. Pero es necesario que se dé enmarcado y como fruto de relaciones sanas.

No teniendo la posibilidad de ahondar en las causas del mal que describo–lo que requeriría mayor conocimiento y capacidad- me limito, a modo de "antídotos "contra este mal, algunos puntos que considero muy saludables:

- La Humildad es una virtud vital, indispensable para ser buenos curas. Todo lo que la dificulte o impida –y el sipadrismo lo hace- debe ser revisado.

- Los sacerdotes no somos infalibles: sólo el Papa lo es, y en contadas -contadísimas- situaciones y ocasiones.

- Para entrar en la Iglesia "se nos pide que nos quitemos el sombrero, no la cabeza" (G.K. Chesterton). Vale pensar, vale opinar, vale disentir en TODO lo que sea opinable. Y vale corregir al cura -siguiendo el mandato del Señor- cuando este se equivoca, y mucho más si llega a atentar contra las realidades más sagradas -las que son no opinables- puesto que, en definitiva, él no es su dueño, sino sólo administrador y servidor.

- Cada uno de nosotros ha recibido cualidades naturales y dones espirituales, que tienen como finalidad edificar la Iglesia. En la sinfónica unión de lo que todos aportemos –dirigido por el carisma del ministro sagrado- está la clave de una acción eclesial eficaz y luminosa.

- No es bueno que elevemos a los curas a la altura de "superhéroes", ni los rebajemos a la de "lacra humana". Son –somos- hombres que hemos recibido un llamado y una Unción, en los cuales radica toda nuestra identidad y la posibilidad de servir fielmente.

- Nunca hay que perder el sentido del humor. Si tu cura párroco o sacerdote ya no es capaz de reírse de sí mismo, es probable que también él esté infectado… de sipadrismo.

El Rev. Padre Bonnin, es Sacerdote de la Arquidiócesis de Paraná, Argentina y colabora en InfoCatólica.