A veces parece que el mal controla al bien, que gana la maldad contra la bondad y que los valores de la vida y de la paz son pisoteados por los de la venganza y el egoísmo. Sin embargo, no debemos dudar nunca de que, a pesar de todo, hemos de toparnos con muchos corazones arrepentidos y valientes.

Y éste es el caso de los protagonistas de una película que se ha estrenado en varios países titulada Blood Money (Dinero de sangre).

En ella, a modo de documental, varios doctores de clínicas abortistas cuentan con todo detalle el gran negocio genocida que es el aborto.

Con cara contrita y tristeza en la mirada, una doctora de 60 años afirma con gran arrepentimiento que en sus manos han muerto más de 35.000 niños. "Cuando nos contrataron teníamos como deber cometer entre tres y cinco abortos diarios. Nos dieron un seminario para saber atender psicológicamente a adolescentes de entre 13 y 19 años. La meta consistía en ganarnos su confianza convenciéndolas de que éramos los mejores expertos en educación sexual de la zona. Teníamos que llevarlas a nuestro terreno diciéndoles que tenían que sentirse dueñas de su propio cuerpo, hacer con él lo que desearan, disfrutar a tope de su sexualidad y no hacer caso a lo que sobre este tema les dijeran sus padres. Ellas se quedaban convencidas y pedían ayuda para no embarazarse. Y entonces entraba en juego el momento más peligroso de todo este negocio genocida: les entregábamos píldoras y preservativos defectuosos. Así nos asegurábamos de que vendrían al poco tiempo embarazadas, realizaríamos un aborto y con ello ganaríamos un buen sueldo".

El nombre de la clínica en donde trabajó esta doctora es Planned Parenthood, y forma, hoy en día, parte de la cadena más lucrativa y poderosa de Estados Unidos. Sus dueños son los príncipes del aborto, y son multimillonarios.

Una de las ex empleadas del mismo centro confiesa en el reportaje de Blood Money: "Siempre cobrábamos a las chicas en efectivo, nunca aceptábamos ni cheques ni tarjetas de crédito. A la pregunta de: ¿Por qué? responde: "Pues muy fácil. Porque era dinero que no había que declarar".

Las cifras de los daños físicos y psicológicos que estas clínicas han provocado en las jóvenes de Estados Unidos, es incalculable. La mayoría de las mujeres que abortan no desean hablar de ello. Prefieren olvidar lo antes posible, pues los recuerdos son incómodos y abren heridas ocultas en el alma. "Lo peor es vivir con el silencio de la vergüenza", afirma una de ellas. "Te acostumbras a vivir con ese secreto dentro de tí; no deseas hablarlo con nadie. Y un buen día, 20, 30 o 50 años después, sale de tu interior en forma de tristeza, de dolor, de pesadillas, de depresión... Y ¿por qué? Pues porque en lo más profundo del corazón sabes que formaste parte de ese tipo de humanos que matan personas. Eso es lo que es el aborto: matar a un ser humano en su estado más vulnerable. Sabes que has estado a favor de la muerte y no de la vida, y eso te araña por dentro".