La Modestia... ¡Nada de que avergonzarse!

La apostasía y el impudor han crecido en los últimos tiempos simultáneamente, de modo especial, en los pueblos más ricos de Occidente. La disminución o la pérdida del pudor no es, pues, en modo alguno, un fenómeno aislado y en cierto modo insignificante. La pérdida del sentido del pudor ha de diagnosticarse según la misma visión de San Pablo, ya recordada: "Los hombres paganos, alardeando de sabios se hacen necios, y dan culto a la criatura en lugar de dar culto al Creador, que es bendito por los siglos. Por eso Dios los entrega a los deseos de su corazón, y vienen a dar entonces en todo género de impureza, impudor y fornicación, hasta el punto de que, perdiendo toda vergüenza, se glorían de sus mayores miserias" (+Rm 1,18-32).

La misión de la mujer

El que nuestras mujeres se desvistan en vez de vestirse, no es más que el resultado de toda una maquinación hecha por Satanás. Si las mujeres de nuestro siglo han dejado de cubrir sus cuerpos, es porque ellas, conscientemente o no, están obedeciendo la voluntad de Satanás, en lugar de obedecer la voluntad de Dios. De esto concluimos que el reino de Satanás es el que llega y no precisamente el Reino de Dios. Ha sido él quien le ha dicho no a Dios. Es Satanás el enemigo de Dios, de Cristo. Él es el enemigo del hombre.

Las mujeres tienen una misión irreemplazable a realizar en el mundo, una misión de alta civilización. Ellas son las formadoras de los hombres, las creadoras de las civilizaciones. En consecuencia, ellas, igualmente, pueden ser las destructoras de estas mismas civilizaciones.

Las costumbres de una época son profundamente marcadas por las acciones de las mujeres. Cuando las mujeres son buenas y generosas, el mundo se llena de alegría. Cuando estas son egoístas, intrigosas, el mundo se llena de maldad.

Dignidad y civilización

Si las mujeres se comportan con dignidad a lo largo de su existencia, toda su vida, sus pensamientos, sus intenciones, sus deseos, sus voluntades, sus obligaciones, su vestimenta, sus relaciones, resplandecerán en la pureza, la humildad, la modestia, entonces la sociedad que las rodea será distinguida, noble, ordenada, con todo exactamente en su lugar y respetuosa de los misterios de la vida. Esta sociedad será buena, bella, fuerte, sana y apacible.

El punto de partida: mujeres dignas. El fruto: una sociedad equilibrada y feliz.

La mujer digna se hace merecedora de respeto. Ella dirige, ella reina como soberana sobre quienes la rodean. Ella tiene tales aspiraciones de reina. Pero el reino que le conviene es el del amor verdadero, necesario para llevar los corazones a su cargo a su destino espiritual, a su destino eterno. La mujer comparte con Cristo el honor real de conducir a los hombres al Padre.

Para realizar esta misión, la mujer no debe dejarse llevar por su orgullo, su coquetería, su tiranía carnal, ni por el deseo de conseguir la atención particular de los demás. Ella deberá distinguirse por su discreción, su modestia y su pureza, ella debe tener la belleza que conduce hacia Dios y no la que despierte pasiones.

La mujer será una reina generosa y noble, o bien será una mera capataz voluntariosa y degradante, déspota, trituradora de almas y cuerpos, terminará convirtiéndose en esclava de sus propias víctimas quienes no desearán otra cosa que hacerle pagar por su mal trato, al igual que sucedió con Adán y Eva. Y la mujer degradante será igualmente despreciada, encadenada, echa prisionera por todo el daño que ella misma causó. Es así como nuestra civilización se ha rebajado al paganismo y al salvajismo dejando de ser una civilización cristiana.

La prostitución de las costumbres

Conocemos muy bien la forma en que la prostitución ha sido desdeñada en todos los tiempos. Y con justa razón. ¿El sacerdote que falle en su dignidad como tal no es acaso tan culpable como un laico que realice los mismos actos? Si, puesto que el sacerdote es sagrado. Sus malas acciones llevan la marca del sacrilegio. La mujer es igualmente sagrada. Si sus actos no están llenos de la más grande pureza, entonces aparecerán también como sacrilegio.

La mujer es sagrada por su misión. Ella es sagrada por todo lo que significa. ¿No es ella acaso como un copón que guarda en su alma y en su cuerpo las potencias de la vida? ¿Y la vida humana, no es acaso un reflejo de la vida divina? Y el destino del hombre ¿no es el de participar durante toda la eternidad de la intimidad con las tres Personas de la Divinidad?  Dios le ha pedido a la mujer el colaborar íntimamente con Él, el Creador, en el nacimiento y el desarrollo de Sus elegidos. Ha sido el mismo Dios quien le ha dado a la mujer todas las cualidades de alma y de corazón para llevar a cabo este misterio sagrado.

La mujer que no cumple con esta gran vocación traiciona su vida, le quita su propósito, ella prostituye su vida, ella se prostituye a sí misma, dado que la prostitución es la desviación de las criaturas hacia otro que no es su verdadero objetivo, aquel que le fue dado por su Creador.

Sin duda que quienes se exhiben en sus bikinis o trajes de baño, se sentirán insultadas si les hablamos de prostitución. Pero la verdad es que parecen verdaderas prostitutas. Su vestimenta está prostituida pues el objetivo de la misma es el de cubrir los cuerpos; sus relaciones sociales son prostituidas ya que las utilizan para poner en peligro la salvación de los demás. ¿Cómo se pretende que sus intenciones permanezcan puras bajo tales circunstancias? Y, especialmente, ¿cómo pretender que lo que causan con esta forma de ser no sea otra cosa que mera prostitución? El Evangelio nos dice que el adulterio comienza en el corazón. Quien ofrece su cuerpo a todos sin distinción, ¿acaso no está provocando este adulterio del corazón?

Como María

Conducir los hombres a Dios: esta es nuestra misión mujeres. Seamos entonces como fieras. Pongamos todo nuestro corazón y todas nuestras fuerzas para llevarla a cabo. No seamos negligentes. Sobre todo, evitemos las ocasiones para hacer el mal por causa de nuestra vestimenta indecente e igualmente peligrosa.

Que María sea nuestra luz, nuestro modelo a seguir. ¿Cómo creen ustedes que María, la Inmaculada se vestiría en nuestros días? Ella no desprecia la belleza. Ella que es la Reina, Reina del cielo y de la tierra, Reina de los ángeles. Cuando Ella se muestra en sus apariciones, siempre lo hace en la mayor belleza. Ella siempre es bella, verdaderamente bella en su vestido, siempre brillante y majestuoso. Ella es una Reina, María. Ella se viste como una reina. Ella no se viste como las mujeres que uno ve durante el verano o como las que vemos en las casas de nuestra familias "cristianas" ya sea en verano o en invierno. Vistámonos entonces como María.

María es una madre, nosotras mujeres también lo somos. Es María quien puede enseñarnos cómo amar a nuestros hijos y a nuestros hermanos. Nuestra vestimenta actual no resulta del agrado de nuestros hijos ni de nuestros hermanos. Un muchacho le dijo una vez a un sacerdote: "Padre, ¡verdaderamente necesitamos de la gracia divina para volver a vestir a nuestras madres y hermanas!" Este es un grito de desesperación dirigido directamente al corazón, a ustedes madres que dicen amar tanto a sus hijos, a ustedes muchachas que desean con razón, ser las dispensadoras de bondad en el mundo.

La felicidad de la tierra ¿puede acaso encontrarse fuera de la pureza derrocada por las modas? Una vestimenta modesta y decente es esencial para conservar un clima de pureza que permita a los espíritus salir del mundo para ir en búsqueda de la gracia. La vestimenta indecorosa excita los instintos e impulsa a los hombres a buscar satisfacer los deseos de la carne arruinando así sus fuerzas físicas y degradando su alma. La vestimenta modesta y decorosa favorece los gozos intelectuales y espirituales, la vida superior que se hace presente es siempre rejuvenecedora y nos prepara aquí en la tierra para la vida verdadera en la eternidad.

¡Vistámonos entonces mujeres! Vistámonos para que seamos lo que siempre hemos sido llamadas a ser: almas elevadas, llenas de pureza, dispensadoras de felicidad serena y perdurable, ángeles guardianes que conduzcan a los hombres hacia Dios.

La Moda Masónica

Debido a las delicadas circunstancias por las que estamos atravesando, es de suma importancia que las mujeres se hagan cargo de los asuntos que les corresponde. No podemos negar que la completa emancipación de la mujer es uno de los principales artículos del programa de la Francmasonería. Desde 1820, el orden del día era el trabajar enérgicamente para lograr la corrupción de la mujer en vistas a descristianizar la familia y por, ende, la sociedad.

Mons. Delassus ha declarado en la "Semana Religiosa de Lille", que la orden dada por el poder oculto a todas las Sociedades Secretas fue: "Nos encargaremos de la corrupción en grande, de la corrupción que nos deberá conducir a la destrucción de la Iglesia, a abatir totalmente al catolicismo, suprimamos a la mujer, pero como esto es por ahora imposible, corrompámosla entonces. El trabajo que nos toca emprender no es ni la obra de un día, ni de un mes, ni de un año; puede incluso durar años enteros, todo un siglo, pero en nuestras filas, aunque muera el soldado, el combate continúa".

Y más todavía: "No dejemos jamás de corromper". Tertuliano decía con mucha razón que "la sangre de los mártires tenía que ser sangre cristiana"; entonces dejemos de hacer mártires, mas bien popularicemos el vicio entre las multitudes... Que lo respiren por sus cinco sentidos, que lo beban, que se impregnen del mismo. Hagamos corazones viciosos, terminemos con los católicos".

¿Quién no se acuerda de la moda de las faldas abiertas al costado dejando al descubierto la pierna izquierda?  ¿Sabía que esta es una particularidad de las mujeres masónicas que se practicaba durante sus reuniones?

Nadie me contradecirá si afirmo que los cristianos deberían escoger otro tipo de vestimenta...

El Papel del Deporte Intenso

Es un hecho que después de la guerra de 1914, la practica deportiva se ha extendido grandemente entre las jóvenes, quienes, al igual que sus congéneres, son fácilmente influenciables. Nada hubiera sido mejor que haber conservado  en todo tiempo una justa medida. Si no, veamos precisamente  lo que la emancipación ha hecho con las mujeres.

Las nuevas generaciones experimentan horror ante cualquier contención. Bajo el pretexto de mejorar la práctica deportiva, la vestimenta para realizarla se ha visto más y más reducida hasta llevarla a dimensiones cada vez más exiguas.

Aunque sorprendidos por tanta desvergüenza, nuestros ojos se han habituado a estos espectáculos, así como los de las madres de dichas jóvenes, quienes deben estar ahora tan espantadas que no hacen absolutamente nada para evitar esta situación, la cual, incluso, encuentran muy natural. Tampoco les molesta el que sus hijas utilicen los bikinis o los trajes de baño y se asoleen a la vista de todos en semejante desnudez.