¿Por qué la revista SAN MIGUEL habla siempre de dinero, del sistema monetario, de una reforma del sistema financiero?
Porque casi todos los problemas que nos preocupan a diario son problemas de dinero. No solo los de las personas, sino también los de las instituciones, escuelas, universidades, municipios y gobiernos.
En nuestro mundo actual, no se puede vivir mucho tiempo sin obtener productos elaborados por otros; y esos otros también necesitan nuestros productos. Pero no se pueden obtener los productos de los demás sin pagar por ellos. Y para pagar, se necesita dinero.
Así, el dinero es un permiso para vivir. No es que se coma dinero cuando se tiene hambre, ni que uno se vista con billetes. Pero sin dinero no se tiene nada, salvo lo que uno pueda producir por sí mismo si cuenta con algunos medios de producción. Sin dinero, no se llega lejos. Incluso quienes no están apegados al dinero se ven obligados a tener al menos un poco si no quieren terminar rápidamente en un ataúd.
Pero algunos dirán: ¡el dinero es un invento del demonio! ¡Es fuente de desorden! ¡Es un instrumento de dominación! ¡Una herramienta de perdición!
Es el mal uso del dinero, la mala gestión del sistema monetario, lo que viene del demonio y lo que provoca todos esos males y muchos otros aún peores.
Pero el dinero, como instrumento de intercambio y de distribución de los productos, quizás sea el invento social más hermoso de la humanidad. Como instrumento de distribución, fíjense bien, porque para eso fue creado. Gracias al dinero, un agricultor que tiene más papas de las que necesita para su familia, pero que quiere zapatos para sus hijos, no está obligado a buscar a un zapatero que tenga zapatos de sobra y que a su vez necesite papas. Lo mismo para el zapatero: no tiene que recorrer el campo buscando a alguien que tenga muchas papas y que quiera zapatos.
Cada uno ofrece en el mercado general lo que le sobra. A cambio, recibe esa cosita que no ocupa lugar, llamada dinero. Luego, con ese dinero, elige lo que desea en el mercado general.
Lo que desea: esa es una gran virtud del dinero. El dinero sirve tanto para comprar mantequilla como para adquirir un instrumento musical. Todos aceptan el dinero a cambio de sus productos o de su trabajo, porque todos saben que luego podrán intercambiar ese dinero con cualquier persona para obtener lo que necesiten.
En sí, el dinero no es gran cosa, especialmente el dinero moderno. Un simple pedazo de papel impreso con el número 5 permite comprar productos por el valor de cinco dólares. Y si ese mismo papel, ni más grande ni más grueso, lleva el número diez, permite comprar productos por el valor de diez dólares.
El dinero no tiene prácticamente ningún valor intrínseco. Es esencialmente una cifra que indica un valor, representa un valor, y permite acceder a ese valor.
¡Pero los productos deben existir!
Evidentemente, los productos deben existir para que podamos obtenerlos. El dinero no es un producto, es un instrumento para distribuir productos. No se pueden distribuir productos que no existen.
Sería absurdo pretender que se puede vivir solo con cifras que representan valores, si no hay productos disponibles para ese valor. Denle todo el dinero que quieran a un hombre aislado en el Polo Norte, o en un desierto del cual no puede salir: no le servirá de nada.
Pero también es absurdo, y aún más exasperante, que falten cifras (dinero) para obtener productos que están disponibles y que son necesarios para vivir.
Esto significa que debe existir una relación justa entre los productos que tienen un valor asignado y las cifras en manos de quienes necesitan esos productos.
¿Eso es contabilidad?
Exactamente. Por un lado, los productos, con cifras que se llaman precios. Por el otro, pedazos de papel, monedas, o cuentas bancarias, con cifras que representan poder adquisitivo.
Cuando se puede poner el signo de igualdad entre ambos lados, los productos pasan del productor o comerciante al consumidor que los necesita.
Entonces, ¿nuestro sistema monetario es bueno?
Sería bueno si la contabilidad fuera exacta y si las cifras que otorgan derecho a los productos estuvieran bien distribuidas. Pero el sistema está viciado, porque quienes lo manejan llevan una contabilidad falsa, y también porque las cifras están mal repartidas.
Los contadores no son ni los productores ni los gobiernos. Las cifras se originan en los bancos; y esas cifras no guardan relación con la producción disponible, sino con lo que el banquero cree que puede ganar traficando esas cifras.
En lugar de ser una simple contabilidad de servicio, el sistema monetario ha sido corrompido. Su control ha sido monopolizado; se ha convertido en un instrumento de especulación, de dominación, de tiranía y de dictadura diaria sobre nuestras vidas.
El agricultor puede aumentar su producción, pero el contador del sistema monetario — que es el banquero — no aumenta por eso el dinero disponible ni lo distribuye a quienes necesitan comprar los productos del agricultor.
¿Quiere la revista SAN MIGUEL destruir todo el sistema?
¡Para nada! Le parece muy bien que el dinero moderno sea esencialmente contabilidad. Pero exige una contabilidad justa. Quiere que el dinero sea devuelto a su finalidad original: instrumento de distribución.
Y es algo muy simple. Puesto que el dinero es un título sobre productos, el público debe disponer de suficiente poder adquisitivo para acceder a los productos que necesita, tan pronto como el sistema de producción pueda proveerlos.
Y dentro de ese público, cada persona debe tener una parte suficiente de ese poder adquisitivo, ya que cada persona tiene derecho a vivir, y es imposible vivir sin dinero para obtener productos.
Por eso la Democracia Económica propone:
A. El establecimiento de una Oficina de Crédito (nacional o provincial), que llevaría la contabilidad de la producción y del consumo (o destrucción o depreciación) global del país o la provincia. La actual Oficina de Estadísticas ya proporciona casi toda esa información; una estimación aproximada es suficiente.
B. Un poder adquisitivo global acorde a la capacidad de producción y distribuido equitativamente entre los miembros de la sociedad:
1. A través de recompensas por el trabajo, como ocurre actualmente, distribuidas por las propias industrias.
2. A través de un dividendo periódico para cada persona, esté empleada o no, desde el nacimiento hasta la muerte, para garantizar al menos una parte suficiente para vivir. Este dividendo sería distribuido por la Oficina de Crédito.
3. A través de una reducción general de precios, un descuento universal que elimine toda inflación. Este descuento sería reembolsado al vendedor por la Oficina de Crédito.
¿Y de dónde sacaría dinero esa Oficina de Crédito para pagar los dividendos y compensar a los vendedores?
Dado que el dinero es una cifra que permite obtener cosas de la producción nacional, la Oficina de Crédito simplemente crearía esas cifras en la medida en que la capacidad de producción pueda respaldarlas. Es una cuestión de contabilidad.
Estas cifras pueden ser simplemente inscripciones de crédito en una cuenta abierta para cada ciudadano; y un simple cheque sobre el crédito nacional (o provincial), entregado al vendedor al presentar sus cupones de descuento.
No tiene sentido dar aquí todos los detalles técnicos. Las modalidades de aplicación pueden variar.
¿Cree usted que esos créditos circularían y serían aceptados como dinero?
Por supuesto. Ya circulan y son aceptados hoy. Los préstamos o líneas de crédito a industriales y comerciantes; los créditos que permitieron a Mackenzie King, a Roosevelt, a Churchill y a otros hacer seis años de carnicería humana, de 1939 a 1945, no eran oro ni papel, sino simples cifras inscritas en cuentas y movilizadas mediante cheques.
¿Pero de verdad cree que un sistema monetario puede manejarse así?
¿Prefiere usted que sea el dinero el que maneje a los hombres? Observe que no hay nada arbitrario en la contabilidad monetaria propuesta por el Crédito Social o Democracia Económica (que no debe confundirse con el crédito social del régimen comunista chino). La producción sigue siendo responsabilidad de los propios productores. El consumo sigue siendo responsabilidad y elección de los consumidores. Los contadores de la Oficina de Crédito solo suman los totales y deducen matemáticamente lo que falta de un lado para igualarlo con el otro.
No hay expropiaciones, ni nacionalizaciones, ni decretos que dicten qué debe producirse o consumirse. El Crédito Social es una verdadera democracia económica. Todo sigue siendo asunto de hombres libres. Mucho más libres que hoy, porque los consumidores con poder adquisitivo suficiente podrán elegir mucho más libremente los productos que desean, en comparación con aquellos cuyo bolsillo siempre está flaco o vacío.