Este título puede parecer un tanto agresivo. Estas contraposiciones fuertes hoy no están de moda. Y no será raro que algún cristiano de los que están al día nos objete: – ¿Cómo es eso « de Cristo o del mundo »? Yo soy de Cristo y soy del mundo. Dicho lo cual, se quedará tan ancho, orgulloso de su capacidad personal de integración, de síntesis y de conciliación. Lo malo es que lo que dice este cristiano es falso, porque contradice lo que Cristo dice: « ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo » (Jn 17,16).

Iglesia y mundo moderno. Escribe el Cardenal Georges Cottier, O. P.: « Se suceden periódicamente relecturas y contribuciones de distinta orientación sobre cómo interpretar y dónde colocar el último Concilio en relación con el camino histórico de la Iglesia … Aún hoy gran parte de las controversias interpretativas se concentran en tomo a la relación entre la Iglesia y el orden histórico mundano, es decir, el conjunto de instituciones y contingencias políticas, sociales y culturales que a los cristianos les toca vivir » (El Concilio Vaticano II: La Tradición y las instancias modernas, 30D 2010, 1). Así es, efectivamente. Aunque en realidad, la relación entre Iglesia y mundo ha sido conflictiva siempre, desde el tiempo de los Apóstoles. Pero sí es cierto que esa relación en el tiempo postconciliar, e incluso antes, desde el modernismo y el Syllabus (1864), se ha agudizado gravemente, incluso dentro del campo del pensamiento católico. 

La Iglesia y los judíos. En la sección de noticias breves reprodujo la revista 30Días (2009,9), sin comentarios, un comunicado de la Conferencia Episcopal Italiana a propósito de un encuentro de su presidente con altos representantes de la comunidad judía italiana: « La Conferencia Episcopal Italiana reafirma que la Iglesia Católica no tiene intención de obrar activamente (operare attivamente: sic) por la conversión de los judíos ».

Ciertamente esa frase no expresa con exactitud el pensamiento de los Obispos italianos, y es uno de esos comunicados inexactos que a veces se producen. Si representara realmente su pensamiento –cosa, como digo, imposible– sería preciso hacer una nueva edición italiana de los Evangelios: « id y predicad el Evangelio a toda la humanidad, menos a los judíos » (Mc 16,15), y también de algunos documentos del Vaticano II: « la Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser "sacramento universal de salvación", obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres, menos a los judíos » (AG 1). Nuestro Señor Jesucristo, Esteban, Pedro y Pablo, y tantos otros, predicaron el Evangelio a los judíos, ocasionando así una gran tensión entre Israel y la Iglesia. Nosotros, gracias a Dios, hemos superado ahora esa actitud. Qué bien.

Poco después, con ocasión de la visita de Benedicto XVI al Templo mayor judío de Roma y de su encuentro con el rabino jefe Riccardo Di Segni, escribe Andreotti el editorial Una página nueva en la relación entre judíos y cristianos. « Precisamente porque tuvo lugar en Roma es un momento cargado de significados y repercusiones sobre todo el camino de reconciliación entre católicos y judíos… Los católicos hemos superado toda veleidad de discriminación hacia los judíos … Creo que hoy, aun habiendo todavía evidentes e irreductibles diferencias en el plano teológico, ha llegado el momento de que en un plano práctico y social pueda desarrollarse un enfoque que yo definiría de comunión con los judíos, que representa una lógica consecuencia del camino realizado hasta aquí » (30D 2010, 1).

Vemos en ese texto un intento supremo de conciliar en la unidad dos opuestos: hay entre cristianos y judíos « diferencias irreductibles en el plano teológico », porque nosotros afirmamos la fe en Cristo, y ellos la niegan absolutamente. Pero gracias al « camino de reconciliación entre católicos y judíos », hemos alcanzado « en el plano práctico y social » un enfoque de « comunión con los judíos ». Las diferencias teológicas no son hoy para nuestro afán conciliatorio un obstáculo insuperable, y podemos afirmar que entre judíos y cristianos se da una comunión. Qué bien.

Otros han ido aún más lejos. En un coloquio organizado por el International Council of Christians and Jews (8-IX-1997), el Cardenal Etchegaray, entonces presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz (1984-1998), exponía el tema ¿El cristianismo tiene necesidad del judaísmo?, y contestaba a esa pregunta: « Sin dudar respondo que sí, un sí franco y sólido, un sí que expresa una necesidad vital y, diría, visceral… Para mí, el cristianismo no puede pensarse sin el judaísmo… Mi fe cristiana tiene necesidad de la fe judía ».

Este Cardenal de la Iglesia Católica, que se declara « lejos de toda teología cristianizante del judaísmo », nos descubre que los cristianos para creer en Cristo necesitamos la ayuda de los judíos, que no creen en él. Prodigiosa conciliación de los opuestos. Los hermanos Ratisbona, los hermanos Lémann, Hermann Cohen, Eugenio Zolli y otros judíos notables conversos a la Iglesia de Cristo no alcanzaron a conocer ese principio. Cuántos siglos perdidos en polémicas y luchas estériles. « Paz, paz, paz » (Jer 4,10; 6,14; 8, 11; Ez 13,10). Conciliación por fin. Qué bien.

Relación de la Iglesia con el mundo moderno. El Cardenal Cottier, en el artículo antes citado, hace observaciones muy valiosas sobre la historia del mundo como historia de gracia; sobre la distinción entre la Iglesia, que es siempre una, y las diversas formas de cristiandad; sobre la continuidad tradicional de las declaraciones conciliares Dignitatis humanæ y Nostra ætate, etc. Pero hay un par de ideas en su exposición que no quedan claras. Las expongo.

–« Entre los motivos de muchas de las dificultades en las relaciones entre la Iglesia y el orden mundano temporal que se han dado en la época moderna y contemporánea está también el siguiente: en algunos casos, frente a los cambios de la historia y la consolidación de nuevas estructuras culturales, sociales y políticas el único criterio de valoración, en algunos ambientes cristianos, es la mayor o menor conformidad de dichas estructuras con los modelos que dominaban en los siglos anteriores. Cuando la unanimidad de matriz cristiana terminaba por moldear o como mínimo por influir también en los sistemas políticos y sociales … Con el tiempo, las concepciones a veces se han endurecido en una condena total de lo moderno, cuando a partir de la Revolución francesa se ha dejado de concebir el orden constituido como un orden social cristiano, tanto de nombre como de hecho ».

Quizá se den algunos casos como los aludidos por el Sr. Cardenal; pero yo, al menos, no conozco ninguno. Los católicos que denunciamos y combatimos las atrocidades sociales, culturales y políticas del mundo moderno no lo hacemos movidos por nostalgias de los modelos concretos que dominaban en tiempos de Cristiandad, que son irrepetibles modos pasados, sino por nostalgia de un tiempo en el que Cristo Rey, su Evangelio, era la luz y la fuerza predominante en la configuración del pensamiento y de la moral, de la sociedad y la cultura, de la filosofía, de la política, del arte. Nosotros queremos combatir y vencer a un mundo herméticamente cerrado al reconocimiento de Dios y del orden natural, y encerrado consecuentemente en un naturalismo liberal y relativista, que destruye a los hombres y a las naciones. Sigue el señor Cardenal.

–« Contradecir apriorísticamente los contextos políticos y culturales dados no pertenece a la Tradición de la Iglesia. Es más bien una connotación repetida en las herejías de raíz gnóstica, que por prejuicios impulsan al cristianismo a una posición dialéctica respecto a los ordenamientos mundanos, e interpretan la Iglesia como un contrapoder respecto a los poderes, a las instituciones y a los contextos culturales constituidos en el mundo… En las relaciones entre la Iglesia y el mundo moderno aflora a veces esta tentación: el impulso a concebir la Iglesia como fuerza antagonista de ese orden político y cultural que después de la Revolución francesa ya no se presentaba como un orden cristiano ».

No somos gnósticos necesariamente los católicos que, en efecto, rechazamos los contextos políticos y culturales que nos rodean. Los impugnamos a posteriori, viendo las perversiones que establecen, fomentan y financian. Pero, sí, también se puede decir que los contradecimos a priori, pues estamos ciertos de que un ámbito político que se cierra sistemáticamente a Dios y al orden natural, y deja la vida de un pueblo a merced únicamente de los votos mayoritarios manipulados, necesariamente ha de causar enormes destrozos en los hombres y en las naciones.

Iglesia militante. Dejando a un lado a los católicos gnósticos aludidos por el Cardenal Cottier, los católicos debemos atenernos a la doctrina bíblica y a las enseñanzas de la Iglesia, que, por ejemplo, en el Concilio Vaticano II afirma que « a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final » (GS 37). En esa enorme e incesante batalla necesariamente « los hijos de la luz » combatimos contra « los hijos del siglo » (Lc 16,8), como « fuerza antagonista » de los poderes mundanos del Anticristo. Nos revestimos de « la armadura de Dios », tanto para defendernos de ellos y de las insidias del diablo, como para con-vencer a los mundanos de la verdad y del bien (Ef 6,10-20). De este modo los cristianos, en medio de « esta generación mala y perversa, hemos de aparecer como antorchas en el mundo, llevando en alto la palabra de vida » (cf. Flp 2,15).

Es clásica la división de los estados de la Iglesia en militante, purgante y triunfante. El término militante suele hoy evitarse, pero es preciso reconocer que la Escritura, la Tradición, el Magisterio y la misma historia de la Iglesia le dan sobreabundante fundamentación. Actualmente, cuando se trata de la Iglesia y del mundo, predomina la idea de conciliación, diálogo, encuentro, etc., y por eso se habla más bien de Iglesia peregrina, la de los cristianos viatores, que están in via, expresión que también tiene sólidos fundamentos.

Los cristianos, fortalecidos por nuestro Señor Jesucristo, participamos de su combate y de su victoria. « En el mundo tendréis que sufrir; pero confiad: yo he vencido al mundo » (Jn 16,33). Lo ha vencido porque lo ha combatido, especialmente con la espada de la verdad. Y también nosotros, sus discípulos, luchamos con todas nuestras fuerzas, con la oración y la acción, animados por una firme esperanza, pues conocemos con certeza, como ya lo vimos en anteriores artículos (19-21), que la victoria total y definitiva se producirá en la segunda venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo. Pero mientras tanto… el Anti-cristo mantiene cautivo bajo su influjo a todo lo que en el mundo hay de mentira y de pecado. Cristo llama al Enemigo diabólico « príncipe de este mundo » (Jn 12,31). Y el apóstol Juan llega a decir, al modo semítico, que « el mundo entero está en poder del Maligno » (1Jn 5,19).

« No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, codicia de los ojos y arrogancia del dinero, y no viene del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y también sus concupiscencias; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre » (1Jn 2,15-17).

Los católicos somos de Cristo, no somos del mundo. Los cristianos queremos desengañar a los hombres del mundo, para que, liberados por la verdad y la gracia de Dios, queden libres de los pensamientos y caminos del diablo, escapen del « poder de las tinieblas » (Lc 22,33), y ya en este mundo temporal, antes de que llegue la Parusía, sigan a Cristo, que los « llama de las tinieblas a su luz admirable » (1Pe 2,9). Y para colaborar con el Señor en esta obra grandiosa, los cristianos no solamente empleamos la acción evangelizadora, sino también, de un modo u otro, según tiempos y circunstancias, la actividad política organizada, cumpliendo así las exhortaciones de la Iglesia, concretamente del Vaticano II:

que « los laicos coordinen sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes » (LG 36c). Esto de que se organicen, etc. es algo que el diablo trata de impedir por todos los medios, y encuentra muchas ayudas. Y en cuanto a los ambientes del mundo que incitan al pecado, es obvio, especialmente en las naciones descristianizadas y apóstatas –corruptio optimi pessima–, que realmente el mundo es una Escuela de pecado. Por eso, sigue diciendo el Concilio, los laicos han de entregar sus vidas para « lograr que la ley divina quede grabada en la ciudad terrena » (GS 43), y « para instaurar el orden temporal de forma que se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana » (AA 7).

Apocalipsis. La posición de los cristianos en el mundo está muy claramente definida y descrita por Cristo y por los Apóstoles, y también por el Magisterio apostólico. El Apocalipsis, sobre todo, describe con suma claridad las grandes luchas que incesantemente se dan en la historia humana entre la Bestia mundana –la que está vigente en cada época, y que recibe su poder del diablo–, y la Iglesia, integrada por aquellos que guardamos « los preceptos de Dios y mantenemos el testimonio de Jesús » (Ap 12,17). Nosotros, cristianos, no somos súbditos de la Bestia mundana, porque no admitimos su sello ni en la frente ni en la mano, ni en el pensar ni en el obrar. Nosotros, obedeciendo a las autoridades civiles, como Dios manda, somos súbditos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, Rey del universo. « Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos » (Ap 5, I 3).

"De Cristo o del mundo" es el título de un libro del Padre Iraburú, (Fund. GRATIS DATE, Pamplona 1997, 233 pgs.)